jueves, 23 de octubre de 2008

Filosofía Perenne Por Ken Wilber




La filosofía perenne se ocupa fundamentalmente de las estructuras profundas del encuentro humano con lo Divino, porque aquellas verdades en las que concuerdan plenamente los hindúes, los cristianos, los budistas, los taoístas y los sufíes suelen referirse a algo profundamente importante, a algo que nos habla de verdades universales y de significados últimos, a algo que toca la esencia fundamental de la condición humana.

La Filosofía Perenne es esa visión del mundo que comparte la mayoría de los principales maestros espirituales, filósofos, pensadores e incluso científicos del mundo entero. Se le denomina “perenne” o “universal” , porque aparece implícitamente en todas las culturas del planeta y en todas las épocas. Lo mismo la encontramos en India, México, China, Japón y Mesopotamia, como en Egipto, el Tíbet, Alemania o Grecia. Y dondequiera que la hallemos , presenta siempre los mismos rasgos fundamentales: es un acuerdo universal en lo esencial.

Para nosotros, los seres humanos contemporáneos, que somos prácticamente incapaces de ponernos de acuerdo en nada, esto es algo que se nos hace difícil de creer. Como lo resumió Alan Watts: “Apenas somos conscientes de la extraordinaria singularidad de nuestra propia postura, de modo que nos resulta muy difícil de admitir el hecho evidente de que haya existido un consenso filosófico único, de amplitud universal, sostenido por muchos (hombres y mujeres) , quienes han compartido las mismas experiencias y han transmitido esencialmente las mismas enseñanzas, hoy o hace seis mil años, y desde Nuevo México , en el Lejano Oeste , hasta Japón , en el Lejano Oriente”.

Esto es realmente muy notable. Creo que estas verdades de naturaleza universal constituyen fundamentalmente el legado de la experiencia universal del conjunto de la humanidad, que en todo tiempo y lugar ha llegado a un acuerdo sobre ciertas verdades profundas referidas a la condición humana y sobre cómo acceder a lo Trascendente . Esta es una forma de describir la Philosophia perennis .

SRI RAMANA MAHARSHI (1879-1950)


"El 29 de diciembre de 1879, en un pueblo del sur de la India llamado Tirushuzhi, mientras sus paisanos acudían a festejar a Shiva Natarajam, (era la festividad del nacimiento de Shiva), nació un niño que recibió el nombre de Venkataraman. Con el tiempo, este niño nacido en el solsticio de invierno sería para los indios Sri Ramana Maharshi y para sus adeptos más fieles y devotos Bhagavân, el Señor. A los diecisiete años, ocurrió un suceso que marcaría para siempre la vida de Venkataraman y que su protagonista cuenta del modo siguiente:


"Fue algo súbito. Estaba sentado solo en una habitación del primer piso de la casa de mi tía. Rara vez estaba enfermo y ese día me sentía con perfecta salud. De pronto, me sobrecogió un violento miedo a la muerte. Nada en el estado de mi salud justificaba este hecho, ni traté de hallar una explicación de mi inesperado temor. Sólo sentí: Voy a morirme. Y pensé qué podía hacer en esa situación. No se me ocurrió consultar al médico ni a mis parientes o amigos. Sentí que debía resolver el problema yo mismo, allí mismo. El choque del miedo a la muerte me provocó una intensa interiorización y me dije: "Ha llegado mi hora. ¿Qué significa esto? ¿Qué es lo que va a morir? Este cuerpo se muere. En seguida, dramaticé el suceso de la muerte. Yacía con los miembros extendidos, como si estuvieran agarrotados por el "rigor mortis". Imité incluso la posición de un cadáver para dar más realismo a mi indagación. Contuve el aliento y mantuve los labios fuertemente apretados, sin pronunciar una sola palabra, ni siquiera la palabra "yo". me dije "Este cuerpo está muerto, será llevado al campo crematorio y reducido a cenizas. Pero ¿acaso estoy yo muerto? Estoy silencioso e inerte pero siento la fuerza de mi personalidad y hasta la voz del "yo" dentro de mí, como algo distinto de mí mismo. Por tanto soy un "atman" que trasciende al cuerpo. El cuerpo muere, pero el "atman" no puede ser tocado por la muerte. Eso significa que soy un "atman" inmortal". Todo esto no fue un mero pensamiento. Me atravesó como un rayo resplandeciente, con tan vívido fulgor como una verdad viviente que se percibe directamente, sin pensamientos. Toda la actividad consciente que se relacionaba con mi cuerpo estaba concentrada en aquel "yo" que era lo único real para mí. Aquel "yo" o "atman" centraba la atención sobre sí mismo con una poderosa fascinación. El temor a la muerte había desaparecido por completo. Desde aquel momento, la absorción en el "atman" prosiguió sin interrupción alguna durante toda mi existencia. Otros pensamientos aparecían y desaparecían como las notas de una melodía, pero aquel "yo" continuaba presente como la nota fundamental que subyace a todas las notas. Aunque el cuerpo se ocupara en charlar, leer o en cualquier otra cosa, la mente seguía siempre concentrada en el "yo".

miércoles, 22 de octubre de 2008

El desengaño es positivo


Conversación con BASILI GIRBAU ermitaño de Montserrat.

Una hora escasa de camino separa la ermita de Santa Creu del Monasterio de Montserrat, que podemos ver claramente a nuestros pies, igual que distinguimos los puntitos de color que son los escaladores ascendiendo por la pared de la montaña. Abajo, muy lejos, el mundo, sus brillos y sus sombras. La ermita es una de tantas cuevas que horadan suavemente la montaña sagrada. Está cerrada con una cristalera, habilitando un reducido espacio que contiene una cama, una mesa, dos sillas, un hornillo de gas, una estantería con libros, una cruz, un par de retratos de Ramana Maharshi (Sabio hindú de este siglo) y un altar. Suficiente para el padre Basili, "El ermitaño de Montserrat", que lleva quince años viviendo como Blanquerna, levantándose al alba, rezando y meditando, después de haber recorrido medio mundo como Ramon Llull. El padre Basil, de 66 años, luenga y poblada barba, un erudito conocedor de lenguas tan dispares como el árabe, el alemán o el hebreo, es en la actualidad el único habitante de las doce ermitas que hay en Montserrat.

- A fines del siglo XX, en una sociedad volcada al consumismo, ¿es posible vivir ascéticamente, como un ermitaño?

- Para el hombre que quiere hacerlo todo es posible con la ayuda de Dios. Existe una gracia, un no sé qué, un amor, que me da fuerzas para ir descubriendo que se puede vivir feliz sin tener que satisfacer tantas necesidades. Hay mucha gente que cree que si no tiene esto o lo de más allá no puede ser feliz. Y entonces, cuando quizás lo consigue tras muchos esfuerzos llega la pregunta: "¿Y ahora qué?¿Más cosas?".

- ¿Y usted se ha contestado esta pregunta?

- Vivir. No se trata de filosofar ni de hacer un discurso, Estás aquí ¿Qué más quieres? Respiras. Tu corazón palpita. ¿Qué importa ayer? ¿Qué importa el mañana? Estás aquí. Entonces ríe, ríe a reventar. Tienes lo indispensable. No te hace falta ni más ni menos.

- ¿Cómo tomó la decisión de retirarse aquí?

- Generalmente acostumbro a contestar que no lo sé. No existe una explicación puramente racional, no es sólo la mente la que actúa, es toda una corriente de vida que toma formas diversas. Aunque, ciertamente, no se me hubiera ocurrido pedir permiso para vivir en esta ermita si no me hubiera precedido un monje, el padre Estanislau, que estuvo aquí hasta el año 1972 y que continúa viviendo como ermitaño en otro lugar. Lo que deseo únicamente es profundizar en mi conciencia. Y con este profundizar creo que estoy ayudando a todos los hombres; no sólo yo, sino todos los que lo hagan. También pienso que es importante encontrar aquella dimensión que te ayuda a realizar la comunión con todas las personas, y esta distancia que te separa de donde las personas viven juntas, conviven, en cierta forma te ayuda a comprender mejor que es eso de la convivencia y te hace sentir mucho más cerca de ellas, aunque de otra manera.


- ¿No resulta difícil soportar esta soledad?

- Es algo que habría que preguntar al inquilino de uno de esos bloques anónimos, rodeado de centenares o miles de personas pero que vive una soledad realmente terrible. La soledad habita en el corazón. Yo no estoy en soledad. Es algo totalmente exterior al hecho de que yo esté viviendo en esta semicueva, en plena montaña. Si vives en plenitud no puedes estar solo. Estarás solo en el sentido de que no estás cerca de otros hombres, pero únicamente en este sentido. Para mí la auténtica soledad es la carencia, la ausencia de Dios, la ausencia de esta plenitud, este apuntar a la trascendencia...

- ¿Que la ha aportado hasta el momento su retiro aquí?

- Paz, júbilo, silencio interior, desprendimiento o desapego de las cosas que pasan y ver cómo la fe, el amor, la plegaria, inciden realmente y se constata lo útiles que son.

- Hoy en día, ¿Cúal es la misión de las personas que, como usted, se dedican a la contemplación?

- Como ya he dicho, pienso que la fuerza del amor, de la plegaria, tiene un efecto real en el mundo, y que cualquier hombre que decida profundizar en su interior y cultivar la vida espiritual más allá de la materia está ayudando a todos los hombres.

- A primera vista parece que existen numerosos puntos de contacto entre la contemplación, la mística cristiana y diversas corrientes religiosas orientales que han creado una nueva espiritualidad en la segunda mitad del siglo...

- Sí. Existen. Por ejemplo, un autor medieval del siglo XIV, anónimo, posiblemente un monje cartujo, escribió un libro llamado "La nube del no saber", un tratado precioso de contemplación con postulados muy parecidos a lo que es la meditación Zen. El mismo San Juan de la Cruz aconseja para llegar a la unión con la divinidad practicar los mismos ejercicios que en la meditación trascendental, intentando vaciar la mente: "simple atención amorosa a Dios, sin ningún pensamiento concreto y particular", creo que dice. En mi caso fue Ramana Maharshi, un hindú a quien conocí a través de un libro en 1963, quien realmente me abrió un camino práctico a la interiorización. Ciertamente, existen muchos caminos en la tradición cristiana pero, por lo que sea, están es desuso. Ramana Maharshi era lo que en la tradición se llama un jivan mukti, un hombre sin mente. Ya no le hace falta hacer funcionar su mente porque Dios ha llenado su espíritu. El dice: "Cuando la luna -que sería la mente- es iluminada por el sol durante la noche, su luz te ayuda a ver, pero cuando el sol ilumina a la luna -esa luna de cuarto menguante que se ve durante el día- entonces no utilizas la luz de la luna para ver sino que ves directamente de la luz del sol, que no es la mente, es el si-mismo, el Yo de mi yo, la realidad de toda realidad de la cuál procede, por la cuál es creada tu mente".

- Le he oído decir, en otra ocasión, que en el budismo Zen se dice: "Si te encuentras con Buda en tu camino, mátalo". Y que además Raimundo Panikkar afirmaba: "Si te encuentras con Cristo en tu camino, cómetelo". ¿Que quería significar con ello?.

- Exactamente nada. Hay respuestas que debe encontrar uno mismo. Pero sí te diré que el Buda al que hay que matar es el que se encuentra fuera de ti y delante, porque Buda sólo es interior. Igualmente comerse a Cristo significa interiorizarlo y dejarlo que viva por la fe, en tu corazón.

- Hoy en día hay una gran pérdida de la religiosidad, del sentimiento religioso; mucha gente vive de espaldas a la religión, ¿a que puede deberse?

- Bueno, hablamos de todo el mundo como si el mundo sólo fuéramos nosotros, los señores de Europa y América, cuando hay muchos lugares donde hay mucha religiosidad y mucho fervor, mucho sentido de Dios. Ahora, en Occidente es cierto que se da esta falta de religiosidad. Yo creo que se debe, por una parte, a la sobrevaloración de las cosas materiales, de la comodidad, del dinero: por otra, a la sobrevaloración de la capacidad discursiva de la inteligencia racional sin un sujeto realizado, profundamente realizado. Esto lleva a un gran desarrollo intelectual y técnico que podrían comportar grandes beneficios, pero que es como si estuvieran en manos de un niño irresponsable. Me refiero, por ejemplo, a la energía atómica, que de momento se ha utilizado en la fabricación de armamento en un proceso totalmente irracional, en que el miedo al enemigo ha llevado a armarse hasta los dientes generando una gigantesca capacidad destructiva. Poco inteligente ¿no? Es lo que sucede cuando uno vive a nivel superficial, como se vive en la actualidad. Todo debe estar en proporción. No hay interior sin exterior, no hay fondo sin superficie, ni superficie sin fondo. Lo terrible es vivir la superficie sin ser consciente del fondo, como sería terrible ser consciente del fondo sin ser consciente de la superficie. También la religión puede vivirse a nivel superficial, porque en nombre de la religión se han cometido muchas barbaridades.

- ¿Piensa que a la religión le hace falta también una evolución?

- No; le hace falta una profundización. En la religión no debe evolucionar nada, quien debe evolucionar es el hombre, que ha de encontrar sus raíces, las raíces de sí mismo, el origen, la fuente...

- ¿Que debería cambiar en la sociedad para que fuera mejor, más justa?

- El corazón del hombre. Nada más. Así de simple. Pero es dificilísimo para muchas personas; lanzadas a una serie de inercias casi insuperables.

- ¿Puede haber un nuevo resurgir espiritual en Occidente?

- Sí, claro. A medida que los hombres se vayan desengañando. El desengaño es una cosa muy positiva. Si vives engañado, desengañarte es una liberación. Deseo el desengaño total, de todos, y conforme los hombre se vayan desengañando surgirá la luz. Un desengaño en sentido positivo ¿eh?, para descubrir lo negativo del engaño y para que quede lo que no es engaño...

martes, 21 de octubre de 2008

Hua Hu Ching



¿Por qué correr en pos de la verdad?
Esta vibra en cada cosa y en cada no cosa, desde la punta de tu nariz.
¿Puedes estar en calma y ver la verdad en la montaña?, ¿en el pino?, ¿en ti mismo?
No creas que la descubrirás acumulando más conocimiento.
El conocimiento crea duda, la duda te hace tener hambre de más conocimiento.
No te puedes saciar comiendo de este modo. La persona sabia se alimenta de algo más sutil: Se alimenta de la comprensión de que lo que tiene nombre nació de lo que no tiene nombre, de que todo ser fluye del no ser, de que el mundo que se puede describir emana de una fuente indescriptible.
Encuentra esta verdad sutil dentro de su propio ser y llega a estar completamente satisfecho. Así pues, ¿quién puede permanecer tranquilo y contemplar el ajedrez del mundo?
Los insensatos siempre están haciendo movimientos impulsivos, pero los sabios saben que la victoria y la derrota se deciden por algo más sutil.
Saben que existe algo perfecto antes de que se haga ningún movimiento.
Esta perfección sutil se deteriora cuando se aprenden acciones artificiales; así pues, conténtate con no alterar la paz.
Permanece en silencio.
Descubre la armonía en tu propio ser. Acéptala totalmente.
Si puedes hacer esto, lo obtendrás todo y el mundo sanará de nuevo.
Si no puedes hacerlo, te perderás para siempre en la sombra.

Naturaleza y mundos tradicionales

Jesús García Varela

El negro cuervo que siempre desdeñé
Y sin embargo, ante la nieve
Al amanecer ...
Basho (1644-94)

Las montañas lejanas
se reflejan en las pupilas de las libélulas
Issa (1763-1827)

Rocío puro de la mañana
sin utilidad para este mundo
Issa (1763-1827)

Indian cultures hold the earth sacred,
whereas secular culture considers the
earth to be real estate
Mark LeBeau
Pit River Indian

Los indios de la Sierra Nevada de Santa Marta, al norte de la cordillera andina, en Colombia, viven en un lugar de gran altitud que no dispone de las facilidades vitales de otras áreas situadas fuera de dicho espacio. La “decisión de instalarse” en la alta montaña estuvo dictada por otras consideraciones que no fueron de tipo material. La cultura muisca, a la que pertenecen las diferentes tribus que habitan ese lugar, considera “sagradas” las montañas, dotadas de un poder especial y “situadas más cerca del Cielo que de la Tierra”. Cuando los indios mueren creen, de acuerdo con su tradición, que sus cuerpos “regresarán al vientre de la Madre universal pero que sus almas irán a las cumbres de la Sierra Nevada, la región de las nieves eternas, donde permanecerán y se encontrarán con las almas de sus antepasados” (Petitpierre, 1975, 49).
Las diferentes cimas de la Sierra Nevada representan los hijos de la Madre Universal, que creó el universo. Allí viven los antepasados. Las mesetas altas, a más de 2000 metros, son sagradas. Es la región de los centros ceremoniales y los lagos sagrados. Las montañas cubiertas de nieve, a 4500 metros, son la tierra de la muerte; nadie vivo puede ir allí. A la montaña se asocian las ideas de la inmortalidad, de la permanencia y de la inmutabilidad Otros elementos sagrados son las rocas, los lagos, las cuevas, los ríos, las cascadas.
“Los Muiscas dieron más importancia a vivir aislados en un determinado ambiente geográfico donde sus posibilidades de realización espiritual pudieran expandirse libremente que a extender su poder y formar un imperio en las regiones más bajas pero consideradas con malas influencias ... Ellos vivían más cerca del Cielo que los pueblos de las llanuras y, simbólicamente, participaban de un grado superior de existencia” (Petitpierre, 1975, 46).
La cultura muisca, como todas las culturas tradicionales a lo largo de la historia de la humanidad, parte genéricamente de un simbolismo espiritual de la naturaleza y, más específicamente, de una geografía sagrada, es decir, del dato objetivo de que existen lugares en la tierra con una determinada Presencia, que dispensan unos beneficios espirituales a quien los respeta y se comporta de acuerdo con un elemental sentido de lo sagrado.
“Para los hombres de la edad de oro, subir a una montaña era realmente acercarse al Principio; mirar un río era ver la Posibilidad universal al mismo tiempo que el flujo de las formas. En nuestros días, ascender a una montaña--¡y ya no hay ninguna que sea centro del mundo!-- es “vencer” su cumbre; la ascensión ya no es un acto espiritual, sino una profanación” (Schuon, 2001, Perspectivas ..., 63).
Una actitud de respeto ante la naturaleza es consecuencia de una mentalidad tradicional que siempre ha existido a lo largo de la historia de la humanidad y que se ha manifestado en las diferentes tradiciones espirituales, desde el Shinto japonés hasta el Islam, la última de las grandes religiones.
“La naturaleza intacta tiene por sí misma un carácter de santuario, y es considerada como tal por la mayoría de los pueblos nómadas y seminómadas, y en particular por los pieles rojas. Entre los antiguos germanos, sedentarios primitivos, es decir que rechazaban la arquitectura propiamente dicha, los santuarios estaban localizados en la naturaleza virgen. El bosque de Brocelandia entre los celtas, y el de Dodona, entre los griegos, son ejemplos de una perspectiva tradicional análoga, a pesar de la presencia, en estos pueblos de una arquitectura sagrada y de una civilización urbana. Entre los hindúes, el bosque es la morada natural de los sabios; y se encuentra este mismo “aprovechamiento” espiritual del aspecto sagrado de la naturaleza en todas las tradiciones que tienen--siquiera indirectamente--un carácter primordial y por lo tanto mitológico” (Schuon, 2001, Perspectivas..., 63).
“[En los relatos antiguos]… lo maravilloso estaba “a la orden del día”, si cabe expresarse así; la materia no era todavía el caparazón impenetrable en que se ha convertido en el curso del último milenio, y sobre todo en el curso de los últimos siglos, correlativamente al endurecimiento mental de los hombres. En las épocas primigenias, las analogías cósmicas eran todavía mucho más directas que más tarde: el sol era mucho más directamente ”divino” que en las épocas más “solidificadas” y la misma observación vale para todos los fenómenos destacados de la naturaleza: astros, elementos, montañas, ríos, lagos, bosques, piedras, plantas y animales; la “geografía sagrada” conservaba toda su eficacia espiritual.” ( Schuon, 2001, Estaciones ..., 101).
El chamanismo, como término que engloba concepciones relacionadas con las antiguas religiones de Asia, con el shintoísmo en Japón y con los indios norteamericanos, establece la existencia de los tres mundos: el superior, el Cielo, el intermedio, la Tierra, y el inferior, lo subterráneo. Todos ellos están unidos por un eje vertical, el Eje del Mundo. Este simbolismo esencial del universo lleva a la concepción de los elementos verticales presentes en la Naturaleza como posibilidades para el hombre de ascenso hacia un mundo superior. Las montañas y los árboles se transforman, gracias a esta visión, en símbolos existenciales a través de cuya contemplación, el hombre, como criatura dotada de inteligencia y de conciencia, puede concebir la posibilidad de transformarse, él también, y “ascender” hacia estados superiores de conocimiento. La montaña se convierte en símbolo privilegiado, como ocurre con el Monte Meru para los hindúes, el monte Fuji para los Japoneses, o la cima de la Montaña de Adán para los habitantes de Sri Lanka.
El Shintoísmo, una de las ramas más íntegras del chamanismo, parte de un concepto esencial: el kami. Se ha definido el kami como, los espíritus que “gobiernan el mundo de la naturaleza al igual que el del alma y que deben comprenderse más bien como espíritus responsables de la armonía de la creación, al ser poderes de armonía y orden” (Nasr, 1996, 33). El concepto, sin embargo, es polisignificativo y más profundo puesto que el kami representa la presencia de lo más elevado del universo, lo sagrado por excelencia, y los seres humanos que se han identificado más plenamente con el kami, que se encuentra en la realidad exterior pero también en el interior del alma del hombre, son asimismo kami. Kami son también los antepasados, pero la Divinidad misma se concibe como una “especie de antepasado remoto, y los antepasados humanos son como la prolongación de la Divinidad o como un puente entre nosotros y ella ... El antepasado es a la vez el origen y la norma espiritual o moral; él es para sus descendientes la personalidad esencial, a saber, la substancia de la que ellos son como accidentes, y la piedad consiste precisamente en considerar así al antepasado, en ver tan sólo el puente que los enlaza con lo divino” (Schuon, 2001, Imágenes … , 24, 26). De ahí que esos hombres, esos kami, en un momento determinado de la historia de la humanidad se ausentaron de la tierra pues ya la corrupción del hombre había comenzado. El hombre había perdido la conciencia del kami, de lo sagrado. Es el sentido de la doctrina tradicional hindú de los ciclos cósmicos del universo, que considera la historia de la humanidad como la historia de una decadencia. Decadencia desde una edad de oro donde los hombres tienen conciencia de la presencia de lo sagrado, la época del kami, hasta nuestros tiempos, la “edad de hierro”, el kali yuga, donde los seres humanos ya no pueden contemplar directamente el kami pues su inteligencia se ha oscurecido. El culto de los antepasados, en el shintoísmo como en otras tradiciones chamánicas, se une con esta creencia en aquellos hombres, de un pasado remoto, identificados plenamente con lo sagrado, el kami. El antepasado es lo que “nosotros debemos ser, o aquello en lo que debemos “convertirnos” porque lo “somos”... ” (Schuon, 2001, Imágenes ... 27).
Tener encarnado el concepto del kami, en términos prácticos, es ver el prototipo celestial del hombre, su carácter fundamentalmente sacerdotal, como intermediario entre el Cielo y la Tierra, y considerar la naturaleza como el santuario por excelencia cuyas manifestaciones son las expresiones de las Cualidades divinas y, por tanto, contienen la posibilidad de transformar el alma del hombre. “La contemplación del paisaje de la alta montaña--comenta Petitpierre respecto a los indios Muisca antes citados-- provocaba un choque emocional que llevaba a percibir una realidad superior a la manifestación sensorial que veían, una realidad arquetípica que el paisaje transmitía. Las explicaciones científicas han querido, sin embargo, ver en el hecho de vivir en la alta montaña, causas relacionadas con el clima, la hidrografía, la agricultura, la presencia de minerales o de caza ...” (Petitpierre, 1975, 46). Para las culturas tradicionales la belleza de la naturaleza no es sólo un concepto estético que se contempla sin compromiso. Al ver la montaña, no adoro la montaña, sino que contemplo a través de ella las cualidades del poder, de la majestad, de la pureza y trato de reflejarlas en mi alma, donde, por otro lado, ya están sumergidas aunque no tenga conciencia de ello. Esta “vivencia” de las cualidades de lo sagrado es el proceso místico, en el sentido más profundo del término.
El taoísmo desarrolla el concepto del hombre como centro del Universo, no en el sentido prometeico de la mentalidad moderna como dominador y explotador de la naturaleza, sino como intermediario entre la Tierra y el Cielo. En la Tierra el hombre representa la Inteligencia y en relación con el Cielo cumple el papel de mediador, “él es el punto de encuentro de Cielo y Tierra y en él están sintetizadas las posibilidades esenciales en este plano de existencia” (Schuon, 1992, El sol ...,14).
“Si la cabeza humana corresponde al Cielo y los pies representan la Tierra, la zona umbilical o la matriz representa al Hombre. El hombre es espíritu encarnado; si fuese sólo materia, se identificaría con los pies; si fuese sólo espíritu, sería la cabeza, es decir, el Cielo; sería el Gran Espíritu. Pero el objeto de su existencia es estar en el centro; es ir más allá de la materia mientras está situado en ella, y realizar la luz, el Cielo, partiendo de ese nivel intermedio” ( Schuon, 1992, El sol ...,15).
En términos taoístas el hombre es, entonces, el “hijo del Cielo y de la Tierra”. En todo ser existe un elemento yang y otro yin. Un “interior” y un “exterior”. El “hombre verdadero” del taoísmo es asimismo “el hombre primordial” cuya condición era, como hemos dicho antes, la de la humanidad en sus orígenes. En la edad de oro el hombre jugaba un papel sacerdotal como mediador entre el Cielo y la Tierra. “La subida de la Tierra al Cielo se representa ritualmente, en tradiciones muy diversas, por la ascensión a un árbol o a un mástil, símbolo del Eje del Mundo” (Guenon, 1957, 120). La subida simbólicamente tiene por objeto impregnarse de las influencias benéficas para, al descender, distribuirlas como una lluvia que cae benéficamente sobre la tierra. Este es el sentido de todos los ritos que muestran que, en el origen, no había separación entre el Cielo y la Tierra pues no se había producido aún la escisión entre lo espiritual y lo material, que constituye el rasgo esencial de la modernidad.
De nuevo, como para los muiscas del norte de Colombia, “la preocupación del hombre debe ser lograr un equilibrio entre el mundo de “abajo”, el mundo tangible de las rocas, de los animales y de las plantas y el mundo de “arriba”, el del sol, la luna, el viento y las nubes” (Petitpierre, 1977, 49). Este es su papel como “mediador” entre el Cielo y la Tierra, su función cósmica a través de los ritos ordenados por la tradición.
La sabiduría taoísta ve la naturaleza como Madre de todas las cosas, la matriz de la vida, la renovación eterna con sus ritmos y modos. El Tao es el principio del orden que resulta de la armonía de las tendencias complementarias que se encuentran en la Naturaleza. El Cielo y la Tierra, el Sol y la Luna son los símbolos separados que el hombre, en la función mediadora antes aludida, debe sintetizar y encarnar dentro de sí mismo. “Los sabios taoístas, que se retiraban a las montañas y a los bosques para contemplar la naturaleza, también meditaban sobre la armonía y el orden dentro de ellos mismos, descubriendo de este modo el Tao y viviendo de acuerdo con sus principios” (Nasr, 1996, 40).
La confluencia del taoísmo con el budismo zen en Japón subrayó la tradición de la íntima relación entre el hombre y la naturaleza (Cooper, 1977, 229) y la manifestación del budismo zen ha sido quizás la que ha tratado de asimilar más las consecuencias de una determinada contemplación de la naturaleza. El hecho de que en el Japón, incluso en nuestros días, se puedan producir hechos como el ir a ver los cerezos en flor, como una tradición que se ha mantenido a lo largo de los siglos, muestra hasta qué punto el japonés tradicional es consciente del valor transformador de la naturaleza en el interior del hombre. Esta actitud es la que transmite el concepto fûryû. Fû significa viento y ryû correr lo que según el maestro contemporáneo de té, Soshitsu Sen,“ sugiere que nuestra alma debe fluir a través de la vida como el viento fluye a través de la naturaleza. Identificarse de esta manera con la naturaleza crea necesariamente un estado de alma desapegado y objetivo. Las maravillas de la naturaleza no nos perturban sino que las apreciamos en el curso natural de nuestra existencia” (Sen, 1987, 95).
Ello nos lleva a que la contemplación de la naturaleza tiene que producir un cambio de vida. Cuando el gran maestro de la ceremonia del té en el Japón del siglo XVI, Rikyu, citaba el haiku tradicional
A los que suspiran por las flores de la primavera
Muestra los capullos que brotan entre las colinas nevadas

subrayando la aparición de los pequeños brotes de plantas que triunfan al aparecer en medio de las colinas nevadas, quería demostrar, además de la belleza de semejante fenómeno, la emoción que le producía la fuerza de la naturaleza ejemplificada por los pequeños brotes, símbolo de la resistencia de la vida bajo el peso aplastante de la nieve. Los capullos “se lanzaban con toda su energía consiguiendo perforar la nieve” (Sen, 1987, 105). Los capullos se convierten entonces en una expresión del principio simbolizado por el yang, la capacidad positiva de la acción, de la determinación, del impulso de superación, de la capacidad de superarse a uno mismo en medio del dolor o del sufrimiento. La verdad de la naturaleza a través del crecer de una flor en medio de la nieve puede suministrar una enseñanza profunda sobre el comportamiento del hombre. En este mismo sentido, podemos leer en el Yüan Yeh, el antiguo tratado de jardinería de la Dinastía Ming: “El goce de la vida debe venir de una contemplación del universo como un jardín” (citado en Cooper, 1977, 229).
Soshitsu Sen, a quien antes citábamos, expresa esta adecuación del hombre con la naturaleza que constituye la esencia de las culturas tradicionales con estas palabras: “Tengo en mis manos una vasija de té, veo la totalidad de la naturaleza representada en su color verde. Al cerrar los ojos, descubro las montañas verdes y el agua pura en el fondo de mi corazón. Sentado solo, bebiendo té en silencio, siento que se convierten en una parte de mí mismo” (Sen, 1987, 118)
Entre los mongoles, los japoneses y los pieles rojas, la naturaleza tiene el mismo carácter sagrado, es el santuario por excelencia, y estar en la naturaleza significa la posibilidad de impregnarse de unas influencias benéficas para el alma.
El África tradicional proporciona numerosos ejemplos de la misma integración del hombre con la naturaleza en creencias que se han prolongado hasta nuestros días. Entre los Bambara, dentro de la cosmología de las creencias tribales del Africa central, se mantiene la creencia en un Árbol del Mundo que une el Cielo con la Tierra, como entre los indios norteamericanos de las praderas en su Danza del Sol. El universo, para los Bambara, se genera por la “pronunciación” de la Palabra, el “Yo”, pero es una Palabra que es silencio, que dice todo lo que podemos conocer en el mundo (Nasr, 1996, 36). La paradoja de la “palabra que no habla” es la misma del Tao te King: “El Tao que puede nombrarse no es el verdadero Tao”. Estas expresiones desafían la lógica del pensamiento racionalista pues lo que están tratando de comunicar es que se está en una dimensión “extra o suprarracional” que nutre a la mentalidad simbolista.
“El hombre de formación racionalista, cuya mente está anclada en lo sensible como tal, parte de la experiencia y ve las cosas en su aislamiento existencial: el agua es para él--cuando la considera fuera de la poesía-- un elemento compuesto de oxígeno e hidrógeno ... La mentalidad simbolista, en cambio, es intuitiva en un sentido superior ... ve las apariencias en conexión con sus esencias: el agua será para ella, ante todo, la aparición sensible de una realidad-principio, un kami (japonés), un manitu (algonquino) o un wakan (siux)” (Schuon, 2001, Imágenes ...,15).
Entre los peul, que forman una de las culturas del actual Mali, se produce una simbiosis armónica entre las tradiciones africanas y el Islam. “Estas relaciones de buena vecindad y aceptación mutua reposan sobre el viejo fondo de tolerancia religiosa del África tradicional animista que aceptaba todas las formas de práctica religiosas o mágico-religiosas y que por ello ignoró las guerras de religión” (Hampaté Bâ, 1996, 162). También fue ello posible por la extrema simplicidad de la práctica religiosa islámica, que descansa en una relación individual del hombre con el Cielo y la consideración de los fenómenos de la naturaleza como “signos de Dios”, tal y como lo repite el Corán.
Pero en el fondo de todas las tradiciones africanas se encuentran unas constantes que se refieren a “la presencia de lo sagrado en todo, la relación entre los mundos visible e invisible, el sentido de la comunidad o el respeto religioso por la madre” (Hampaté Bâ, 1996, 12). Detengámonos ahora un momento en este concepto importante del respeto por la madre entre los africanos pues en él se encuentra una conexión directa con la naturaleza. Entre los peul de Mali se dice que “el hombre es un distraído sembrador mientras que la madre se considera como un “taller” divino donde el Creador trabaja directamente, sin intermediarios, para formar y llevar a la madurez una vida nueva” (Hampaté Bâ, 1996, 53). La madre se convierte así en un símbolo directo del impulso creador de la Tierra y se la respeta casi al igual que una divinidad. Es el concepto de la Tierra como matriz universal ligada a la fecundidad, o en términos más interiores, unidos a la regeneración espiritual del ser humano. Esta matriz universal es la Prakriti de la tradición hindú, el término que designa la Substancia universal fecundada por Shiva, que representa el principio transformador del Espíritu. Nacer es salir del vientre de la madre y morir es regresar a la Tierra. La Madre divina es entonces la fuerza vital que se manifiesta en el universo.
Hemos hecho referencia, en esta breve ojeada sobre algunos mundos tradicionales, al contacto del hombre con la naturaleza a través, fundamentalmente, de los fenómenos naturales o de las montañas, ríos o lagos. Pero esta es una visión incompleta pues hay que tener en cuenta asimismo el simbolismo de los animales en las diferentes tradiciones. Los animales son arquetipos de las cualidades divinas y la relación con ellos tiene un sinfín de matices en todas las culturas tradicionales. Los indios norteamericanos han sido quizás los que han tenido más en cuenta estas relaciones a través del contacto con los animales sagrados: el bisonte, el águila, el oso, etc. Pero todas las tradiciones chamánicas, repetimos, han mantenido una relación directa e intensa con los animales. Las danzas del león, como símbolo de protección contras las influencias maléficas, tienen lugar en el Japón el primero de enero ante los santuarios shintoístas, y el mismo animal representa la Sabiduría divina entre los Bambara africanos. No podemos extendernos en lo que por sí solo ocuparía mucho espacio, pero sí quiero subrayar que el contacto con los animales por parte de los hombres de las tradiciones primigenias no sólo ha sido simbólico sino que en muchas ocasiones los animales sagrados han sido los vehículos directos de un descenso de las fuerzas superiores. A través de ellos se ha establecido un contacto con un centro luminoso, lleno de sabiduría.
El hombre moderno ha perdido este “modo de ver” la realidad. “El occidental prometeico--pero no todo occidental-- está aquejado de una especie de desprecio innato por la naturaleza: para él la naturaleza es una propiedad de la que se puede gozar o que se puede explotar, o incluso un enemigo al que vencer, no es una “propiedad de los Dioses” como en Bali, sino una “materia prima” condenada a la explotación industrial o sentimental, según los gustos y las circunstancias” (Schuon, 2001, Imágenes ...,18-19).
Los hombres de las culturas tradicionales ligadas a la mentalidad simbolista de la naturaleza han sido durante milenios los “guardianes de la Tierra”, de sus ritmos y de su armonía. Ahora sólo sobreviven unos pocos representantes en diferentes lugares del mundo y en un gran número de ocasiones han sido perseguidos, o destruidos sus poblados y forzados a migrar. La exposición hace algunos años del fotógrafo brasileño Salgado proporcionaba una galería de imágenes que mostraban con dignidad el dolor y el sufrimiento de millares de personas que habían perdido su “santuario”. Las culturas tradicionales han perdido su contexto vital, los eslabones de la tradición oral se han roto y la sabiduría se encuentra relegada a unos pocos.
Durban, el año pasado, fue una ocasión donde en medio de un forum de conservacionistas de la naturaleza se abrió una tribuna de expresión para los miembros todavía existentes de las culturas tradicionales, y en la Declaración de los Pueblos Autóctonos dirigido al Congreso de Durban, que muchos de Uds. seguro conocen, pudieron manifestar su protesta por “la expulsión forzada y la exclusión sistemática ... de sus tierras y territorios con motivo de la creación de lugares protegidos en África y otras partes del mundo”, solicitando el reconocimiento “de la integridad cultural de los pueblos autóctonos y la integración de los sistemas colectivos de gestión tradicional como un fundamento para la gestión de los lugares protegidos”.
Quiero hacer especial mención a todo el trabajo de Allen Putney y Thomas Schaaf, por citar sólo a los responsables principales, relacionado con los proyectos de conservación de los lugares sagrados que se hallan en la naturaleza. Y quiero citarles porque en sus trabajos se puede ver un “nuevo” lenguaje de respeto hacia las culturas tradicionales y sus creencias que hasta ahora han estado ausentes en el discurso científico y ecologista. Me estoy refiriendo de una manera muy concreta al Anexo “Guidelines for the Management of Sacred Natural Sites”, que acompaña al Informe sobre Cultural and Spiritual Values que resume todo lo hecho sobre este tema a partir del World Park Congress de Durban en septiembre de 2003 donde podemos leer el reconocimiento de los diferentes modos de conocimiento a los que hemos estado aludiendo a lo largo de la presente ponencia. Por un lado, el conocimiento basado en la ciencia y, por otro, el hecho de que “los custodios tradicionales pueden tener una confianza mayor en un conocimiento que ha sido transmitido a través del tiempo, o que ha sido adquirido por medio de revelaciones espirituales” (apartado 3.12 del Anexo citado).
Hay que aclarar que el conocimiento tradicional no niega el conocimiento científico, puesto que este conocimiento se basa en la observación y la experiencia y forma también parte del conocimiento tradicional. Ambos conocimientos son compatibles. Lo que ha ocurrido, en un rápido proceso que arranca en el llamado Renacimiento en las sociedades occidentales europeas y que llega a su paroxismo en los dos últimos siglos, ha sido la transformación de lo científico en absoluto. Este fenómeno es lo que los autores de la Escuela Tradicional denominan “cientificismo”: la usurpación de la verdad total por parte de la ciencia, negando al mismo tiempo, o despreciándolos como propios de ignorantes, otros modos de conocimiento basados en unas creencias espirituales.
Es por ello que los tradicionalistas celebramos el “nuevo” lenguaje de los conservacionistas de la naturaleza que apareció en el Congreso de Durban, lleno de respeto hacia el conocimiento tradicional al que se llega a considerar, al mismo nivel que el conocimiento científico, como digno de ser reconocido para la conservación y control de los sitios sagrados de la naturaleza (5.8 del Anexo citado).
En este sentido, me gustaría llamar la atención sobre el proyecto coordinado por Thymio Papayannis referente a los lugares sagrados en el contexto de los países desarrollados. Dicho proyecto quiere rescatar del olvido aquellos lugares sagrados del mundo occidental, especialmente en Europa, que no han sido todavía destruidos o que se recuperaron por el cristianismo. Pienso especialmente en sitios como Sunión, en Grecia; el monte Saint Michel, en Francia; o Montserrat y Ampurias, en Cataluña, para sólo mencionar lugares bien conocidos que tuvieron en otros tiempos una consideración sagrada.
Una de las muchas paradojas de “nuestros tiempos” es que al haberse perdido u olvidado las creencias sobre el carácter sagrado de la naturaleza en su totalidad como creencia universal, se quiere ahora, al menos, que se respeten algunos de aquellos lugares que todavía se siguen considerando “sagrados” por determinadas culturas. Y ello por la lucha de los miembros de dichas culturas, en todo el mundo, contra las persecuciones o explotaciones de dichos lugares por parte de las empresas petrolíferas, mineras o incluso por algunas entidades promotoras de parques naturales, como ya hemos mencionado se denunció en el Congreso de Durban a través de la experiencia de algunas tribus africanas expulsadas de sus tierras.
Este último ejemplo es particularmente indicativo de que una política de conservación de la naturaleza que quiera únicamente centrarse en los aspectos científicos del tema no sólo es errónea sino que puede producir efectos tan devastadores como los incendios que asolan con frecuencia los parques de los Estados Unidos, provocados por el hecho de haberse perdido los criterios tradicionales de conservación del bosque que los indios tenían. El hombre tradicional era el mejor conservador de la naturaleza puesto que, por un lado, era consciente de su valor sagrado que le superaba mientras que, por otro, le mantenía.
Estas voces, silenciadas desde hace mucho tiempo por estar al margen de la mentalidad moderna centrada en otros ídolos (como la ciencia y el progreso indefinido tomados como religión de modo absoluto), estas voces son percibidas ahora como expresiones de unas minorías, y el propósito de nuestra ponencia es indicar, de modo muy sumario, que lo que ahora se considera “peculiar” fue, a lo largo de la historia de la humanidad, la expresión de un aspecto muy importante de todas las tradiciones espirituales sin excepción. La defensa del patrimonio sagrado tradicional es pues la defensa del patrimonio cultural universal. La experiencia del “destronamiento de la naturaleza, [o de] la escisión entre el hombre y la tierra--reflejo de la escisión entre el hombre y el Cielo--, ha dado frutos tan amargos que no nos resultará difícil hacer admitir que el mensaje intemporal de la naturaleza se presenta en nuestros días como un viático espiritual de primera magnitud” (Schuon, 2001, Imágenes ..., 19).
La mentalidad científica tiene que considerar que su discurso tiende a clasificar, a subdividir y, por tanto, se basa en la oposición, en la dualidad. La mentalidad tradicional, por el contrario, sin renegar de la observación como antes hemos apuntado, contempla la continuidad en todo. Todo es uno. Todo está unido esencialmente porque todo se centra en el sentimiento profundo de la unidad de la vida y de los seres dentro de un universo que se considera sagrado, donde todo es interdependiente y solidario.
Jesús García Varela

Bibliografía
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Shastri, Hari Prasad (1998) Ecos del Japón. Palma. Olañeta.

domingo, 16 de marzo de 2008


La experiencia del Absoluto

Ana María Schlüter Rodés

En origen soy cristiana de diáspora. Aunque nací en Barcelona, debido a las guerras –la civil de aquí y la mundial de Alemania– pasé mi niñez primero en Berlín y luego en un pueblecito de la Baja Saconia, a donde llegamos al tener que ser evacuados por los bombardeos en la capital.

Hay recuerdos imborrables como la de una pequeña flor amarilla en el césped cubierto de rocío matinal, en el jardín de los abuelos. O el olor de tierra, al recolectar hayucos entre las hojas de otoño caídas en el suelo de un tupido hayedo húmedo, para canjearlos por aceite vegetal. Misterio de bondad y sencillez, el que se percibía en una flor, un bosque... Luego también el recuerdo de una montaña totalmente envuelta en nubes y el paso ahí en lo alto desde la niebla a un espacio sagrado misterioso, el Montserrat. Una Biblia abreviada, que estaba entre los pocos libros que cabían en la repisa de una ventana, afianzó la conciencia de que nunca el ser humano está abandonado, siempre lo sostiene, en medio de todo, y lo acompaña Alguien que le quiere bien.

Los estudios y el desarrollo racional llevaron a un momento de crisis de esta «fe oscura», basada en experiencias que la razón no puede explicar. Hasta que comprendí, gracias a Blaise Pascal (Pensées), que la función más noble de la razón es reconocer sus propios límites.

Entonces pudo darse un caer en la cuenta muy vivo y a la vez muy simple, sin forma alguna, de Cristo-Amor. Hubiera querido salir a la calle para decir a todo el mundo: ¡si supiéramos cuánto se nos ama!

Este momento, que fue crucial en mi vida, fue suscitando dos cuestiones:

1º- ¿cómo cultivar esta experiencia, hacerla madurar?

2º- ¿cómo ayudar a que otros despierten a esta realidad?

Esto me llevó a la «Sociedad de Mujeres de Betania», congregación que está en la tradición de las beguinas medievales. Escribí una tesis doctoral sobre el tema «¿Por qué unos ven y otros miran y no ven?» Pero no di más de lleno con lo que buscaba hasta encontrarme con el Zen, a través de algunas compañeras «mujeres de Betania».

El primer contacto, que duraría muchos años, fue con el jesuita Enomiya-Lassalle, pionero en el diálogo interreligioso, del que acaba de publicarse una biografía en Desclée de Brouwer (Ursula Baatz, H. M. Enomiya-Lassalle. Una vida entre mundos. DDB, Bilbao 2001). Él abrió el acceso a la práctica del Zen a los cristianos y fue el primer maestro Zen cristiano reconocido por el maestro Zen japonés Yamada Koun Roshi. Había colaborado en el Concilio Vaticano II en la elaboración de un texto, recogido en el documento conciliar Ad Gentes artº 18, que dice: «Consideren con atención el modo de asumir en la vida religiosa cristiana las tradiciones ascéticas y contemplativas, cuya semilla había Dios esparcido con frecuencia en las antiguas culturas antes de la proclamación del Evangelio».

El Zen me ha enseñado en primer lugar cómo cultivar una experiencia religiosa profunda por medio del zazen, yendo más allá del pensar. A la vez fue resaltando progresivamente la dimensión mística de la Biblia, especialmente de la Buena Nueva de Jesús, el Cristo o Ungido por el Espíritu de Amor. Descubrí a San Juan de la Cruz y a otros místicos. Incluso los cuentos populares, recogidos por los hermanos Grimm y que me habían acompañado desde pequeña, de alguna manera reflejaban el proceso hacia el despertar a esa dimensión profunda de uno mismo y de todo lo existente.

Al dedicarme intensivamente a la práctica del Zen, esto también me llevó a ser reconocida como maestra Zen y poder ayudar a otros en este camino del despertar o de la iluminación. Actualmente estoy dedicada por entero a esta tarea de «arar el suelo del alma», para que sea sensible y permeable a la dimensión profunda de la realidad.

Creo vivamente en la luz del alma de todo ser humano. Lo expresaron de forma clara dos grandes hombres, muy distantes en el tiempo, en la geografía y en el marco religioso-cultural, Siddharta Gotama el Buda y San Juan de la Cruz. El primero exclamó en el momento de su despertar, de convertirse en buda o despierto: «Todos los seres son seres iluminados, pero por su forma engañosa de pensar y el apego a sí mismo no se dan cuenta». San Juan de la Cruz escribe en la Subida del Monte Carmelo: «Esta luz nunca falta en el alma, y es debido sólo a sus formas y velos que no se le infunde».

*****

Pero la práctica del Zen aún me aportó algo más, algo que al principio no me podía imaginar. Descubrí que estaba aprendiendo un nuevo lenguaje, que ofrecía nuevas posibilidades para tomar conciencia de ciertas dimensiones de la experiencia y de expresarlas. Un nuevo marco filosófico y religioso ofrece un nuevo «lenguaje».

Aunque la realidad última, inefable, no puede ser sino una y la misma siempre, el marco religioso en el cual se vive y una se expresa, influye en la posibilidad de experimentar y en la interpretación de la experiencia. Un nuevo lenguaje no sólo brinda nuevas posibilidades para expresar lo experimentado, sino que crea además nuevas posibilidades de percepción, a la vez que un nuevo instrumento para salvar del olvido aquello de lo que se ha caído en la cuenta. Un cristiano que practica Zen, en mi experiencia, no sólo aprende y practica un nuevo modo de abismarse en el misterio, que lo lleva a superar la limitación de su pensar objetivo, sino que aprende además un nuevo lenguaje que le hace percatarse y expresarse de una manera nueva y que le abre horizontes nuevos.

En 1925 el gran fenomenólogo de las religiones Rudolf Otto escribía: «Ninguna mística surge en una tierra de nadie, sino que todas se enraízan en una base que niegan con insistencia, aunque a la vez reciben de ella su ser característico, nunca idéntico con el de otras místicas surgidas en otros lugares» (Zen, der lebendige Buddhismus in Japan, Gotha 1925, VIII).

El lenguaje zen budista es diferente del lenguaje cristiano. Precisamente por esto pueden enriquecerse mutuamente.

Para decirlo de una manera muy escueta: Zen es despertar al vacío (sutras Prajnaparamita, a esta realidad que no cae en sentido, que es como agua clara en la que no se distingue nada, hasta el punto de que puede entrar la duda de si hay o no agua en el vaso. Ninguno de nuestros seis sentidos (incluido el entendimiento) es capaz de percibir o comprender nada ahí. Esto es la base de la experiencia de interconexión de todo cuanto existe (sutras Avatamsaka) y de la convicción de que es imposible expresarlo con palabras, que por lo tanto la respuesta más idónea es el silencio (sutra de Vimalakirti). Zen enseña un camino para abismarse y despertar a esta realidad (sutra Lankavatara). En el camino del Zen van juntos satori y karuna, iluminación o despertar y compasión, pero el centro de todo, del que nace también la compasión, es el vacío, la plenitud vacía que no cae en sentido. Esa es la experiencia humana fundamental del misterio en esta tradición. La encarna el Buda, el Despierto.

La vida y enseñanza cristiana están centradas en otra experiencia humana fundamental: el amor, la relación personal, con el misterio y con los demás, y la encarna Jesús el Cristo, el Ungido por el Espíritu de Amor. Es imagen visible de Dios invisible. «Quien me ve a mí ve al Padre», «a quien nunca nadie ha visto», dice de sí. Cuando Dios se manifiesta, se manifiesta como Amor. «En Jesucristo ha aparecido la bondad y el amor a los humanos», escribe el apóstol Pablo a Tito (3,5).

Aunque toda tradición religiosa enfatiza una determinada experiencia humana fundamental, no excluye en principio a las demás.

El encuentro entre fe cristiana y Zen ha de llevar a iluminación que irradia amor y amor que ilumina (cf. 1 Cor 13, 1-8).

Este artículo es la reproducción de una mesa redonda bajo el titulo «La Experiencia Religiosa», participación por parte de una cristiana que practica Zen, pronunciada en la Universidad de Alcalá, Escuela Cardenal Cisneros, 15 de marzo 2001.


El Tao

Tao Te Ching - Lao Tzu

Todo ser del universo
es una expresión del Tao.
Todo ser surge a la existencia
inconsciente, perfecto, libre;
toma un cuerpo físico
y deja que las circunstancias lo completen.
Es por ello que todo ser
honra espontáneamente al Tao.

El Tao da nacimiento a todos los seres,
los nutre, los mantiene,
vela por ellos, los conforta, los protege,
los trae de regreso a sí,
creando sin cesar,
guiando sin interferir.
Es por ello que el amor del Tao
está en la naturaleza misma de las cosas.