martes, 4 de marzo de 2008

El chamanismo de los indios pieles rojas. FRITHJOF SCHUON


Frithjof Schuon, fue adoptado en 1959 por la tribu de los Sioux y recibió su nombre del célebre hombre-medicina Alce Negro.
La palabra "Chamanismo" se emplea aquí para indicar las tradiciones de origen prehistórico propias de los pueblos mongoloides, incluidos los indios norteamericanos. En Asia, el chamanismo propiamente dicho no sólo lo encontramos en Siberia, sino también en el Tibet -en la forma del Bön Po-, en Mongolia, Manchuria y Corea; la tradición china prebúdica, con la rama confuciana y la taoísta, está igualmente entroncada con esta familia tradicional, y lo mismo ocurre en el Japón, donde el chamanismo originó esa tradición particular que es el Shinto.
Todas estas doctrinas se caracterizan por la oposición complementaria de Tierra y Cielo y por el culto a la naturaleza, considerada ésta en el aspecto de su causalidad esencial y no de su accidentalidad existencial; se caracterizan asimismo por cierta parsimonia en la escatología -muy manifestada incluso en el Confucianismo- y sobre todo por la función central del chamán, desempeñada en la China por los taotsé y en el Tibet por los lamas adivinos y exorcistas.
Si mencionamos aquí la China y el Japón no es para englobar simplemente sus tradiciones autóctonas en el chamanismo siberaniano, sino para situarlas respecto de la tradición primitiva de la raza amarilla, tradición de la que el chamanismo es la prolongación más directa y también, hay que reconocerlo, la más desigual y ambigua.
Esta última observación sugiere la necesidad de preguntarse cuál es el valor espiritual del chamanismo siberiano y del americano; la impresión general es que en ellos se encuentran los niveles más diversos, pero lo cierto es que entre los pieles rojas - pues de ellos hablaremos aquí- se ha mantenido algo primigenio y puro, pese a todos los oscurecimientos que se le hayan podido superponer en determinadas tribus y acaso sobre todo en un pasado relativamente reciente.
Los documentos que dan testimonio de la calidad espiritual de los indios pieles rojas son numerosos. Un blanco capturado en su primera infancia por los indios, y que -a comienzos del siglo XIX- vivió hasta los veinte años entre tribus (Kíckapu, Kansas, Ómaha y Ósage) que jamás había tenido el más mínimo contacto con ningún misionero, decía: "Es cierto que admiten -al menos los que yo conocía- un Ser Supremo o el Dador de Vida, que ha creado todas las cosas y las rige.
Creen en general que, tras haber formado los terrenos de caza y haberlos llenado de animales, creó al primer hombre y a la primera mujer pieles rojas, que eran de gran estatura y tenían una vida muy larga; que con ellos celebraba consejos y fumaba dándoles leyes que debían observar, y que les enseñó cómo conseguir la caza y cómo cultivar el maíz; pero que a causa de su desobediencia s alejó de ellos y los abandonó a las vejaciones del Espíritu Maligno, que desde entonces ha sido causa de todas sus desdichas.
Creen que el Gran Espíritu es de carácter demasiado sublime para ser autor directo del mal y que, pese a las ofensas de sus hijos pieles rojas, les sigue enviando todas las bendiciones que disfrutan; en respuesta a esta solicitud para con ellos, los indios son realmente filiales y sinceros en sus devociones y le imploran las cosas que necesitan y le dan las gracias por lo que han recibido...
En todas las tribus que visité encontré la creencia en un estado futuro de existencia, con sus futuros premios y castigos... Esa convicción de tener que rendir cuentas al Gran Espíritu hace que los indios sean generalmente escrupulosos y fervientes en sus creencias y observancias tradicionales, y es digno de observarse que, con respecto a las cosas sagradas, no se encuentra en ellos ni frialdad, ni indiferencia ni hipocresía...".
Otro testimonio, de fuente cristiana esta vez, es el que sigue: "La creencia en un Ser Supremo está firmemente arraigada en la cultura de los Chíppewa. Este Ser, denominado Quiché Mánito o Gran Espíritu, estaba muy lejos de ellos. Raramente se le dirigían oraciones directas a él sólo, y no se le ofrecían sacrificios más que en la fiesta de los iniciados Midewiwin. Mis informadores hablaban de él en tono de sumisión y de extrema reverencia. "El ha puesto todas las cosas en la tierra y cuida de todo", añadió un anciano, el hombre medicina más poderoso de la reserva del lago Short Ear. Una vieja de la misma reserva afirmaba que los antiguos indios, al rezar se dirigían primero a Quiché Mánito y luego "a los demás grandes espíritus, los Quitchí Mánito, que habitan en los vientos, la nieve, el trueno, la tormenta, los árboles y todas las cosas".
Un viejo chamán de la tribu Bermejo (Vermilion) estaba seguro de que "todos los indios del país conocían a Dios mucho antes de llegar los blancos; pero no les pedían cosas particulares como hacen desde que son cristianos. Los favores los esperaban de sus protectores particulares". Menos poderosas que Quiché Mánito eran las divinidades que habitaban la naturaleza y los espíritus guardianes... Que los Chíppewa creían en la vida después de la muerte lo hacen evidente sus costumbres de sepultura y duelo, pero hay además entre ellos una tradición según la cual, después de la muerte, los espíritus van hacia el oeste, "hacia el lugar donde se oculta el sol" o "hacia las praderas donde se hallan los campamentos de la bendición y la felicidad eternas".
Puesto que el punto de vista del autor no es compatible con el evolucionismo -por no decir otra cosa-, no encontrará aquí el lector ni asomo de creencia en un origen de las religiones tosco y pluralista, ni tampoco razón alguna para poner en duda el aspecto "monoteísta" de la tradición de los indios, y menos aún si tenemos en cuenta que el "politeísmo" puro y simple nunca es otra cosa que una degeneración, luego un fenómeno relativamente tardío, y en todo caso mucho menos extendido de lo que suele creerse.
El monoteísmo primigenio nada tiene de específicamente semítico y más bien es un "panmonoteísmo"; si no, no hubiera podido derivar de él el politeísmo. Tal monoteísmo subsiste, o ha dejado huellas, entre pueblos de índole muy diversa, entre ellos los pigmeos del África. En las Américas, los fueguinos, por ejemplo, conocen un sólo Dios, que habita más allá de las estrellas, que no tiene cuerpo ni duerme; las estrellas son sus ojos; siempre ha existido y nunca perecerá; ha creado el mundo a los hombres les ha dado reglas de acción.
Entre los indios de América del Norte -tanto los de las llanuras como los de los bosques- se afirma de manera sin duda menos exclusiva la Unidad Divina, y en algunos casos incluso parece estar velada, pero nada hay en ellos de estrictamente equiparable al politeísmo antropomórfico de los antiguos europeos Cierto es que hay varios "Grandes Poderes" (Wakan Tanka), pero tales poderes, o están subordinados a un Poder Supremo que se parece mucho más a Brahma que a Júpiter, o bien se los considera una totalidad o una Sustancia sobrenatural de la que nosotros mismos somos partes, según nos explicó un sioux.
Para comprender este último punto, que sería panteísmo si sólo a eso se redujese todo el concepto, conviene saber que las ideas sobre el Gran Espíritu se vinculan, o a la realidad "discontinua" de la Esencia, lo que implica trascendentalismo, o bien a la realidad "continua" de la Sustancia, lo que implica panenteísmo; en la conciencia de los pieles rojas, no obstante, la relación de Sustancia tiene más importancia que la relación de la Esencia. Se habla a veces de un Poder mágico que anima todas las cosas, incluidos los hombres, denominado Mánito (algonquino), u Orenda (iroqués), y que se coagula -o se personifica, según los casos- en las cosas y los seres, incluidos los del mundo invisible y anímico, y que se cristaliza asimismo en relación con determinado sujeto humano en cuanto totem o "ángel custodio" (el órayon de los iroqueses).
Todo ello es exacto, aunque con la reserva de que la calificación de "mágico", que se usa a veces en este contexto, es del todo insuficiente, e incluso errónea en el sentido de que define una causa mediante un efecto parcial. Sea lo que fuere, lo que es importante recordar es que, aunque el teísmo piel roja no es un pluralismo de tipo mediterráneo y "pagano", tampoco coincide exactamente con el monoteísmo abrahámico, sino que representa más bien una teosofía un tanto "fluida" -en ausencia de Escritura sagrada- y emparentada con las concepciones védicas y extremo-orientales.
También es importante advertir la insistencia de la perspectiva india en los aspectos "vida" y "poder", insistencia bien característica de una mentalidad guerrera y más o menos nómada. Algunas tribus -sobre todo algoquinos e iroqueses- distinguen entre el demiurgo y el Espíritu Supremo; tal demiurgo suele tener un papel que linda con lo burlesco, o incluso con lo luciferino.
Tal concepto de Poder creador, y del dispensador primigenio de las artes, dista mucho de ser exclusivo de los pieles rojas, como lo prueban, por poner sólo un ejemplo, las mitologías del mundo antiguo, en las que las fechorías de los titanes corren parejas con las de los dioses.En lenguaje bíblico, diremos que no hay paraíso terrenal sin serpiente, y que sin ésta no hay caída ni drama humano, ni reconciliación alguna con el Cielo.
Como la creación, a pesar de todo, es algo que se aleja de Dios, necesariamente tiene que haber en ella una tendencia deífuga, de modo que la creación se la puede considerar en dos aspectos, divino uno y demiúrgico o luciferino el otro. Los pieles rojas mezclan los dos aspectos, y no son los únicos que lo hacen: recordemos tan sólo, en la mitología japonesa, al dios Susano-o, genio turbulento del mar y la tormenta. En resumen, el demiurgo (llamado Nanabozho, Mishabozho o Napi por los algoquinos, y Tharonhiawagon por los iroqueses) no es otro que Mâyâ, principio proteico que engloba a un tiempo a la potencia creadora y el mundo, y que es la natura naturans así como la natura naturata: Mâyâ está más allá del bien y del mal, expresa tanto la plenitud como la privación, lo divino y lo demasiado humano, incluso lo titanesco y lo demoníaco, y de ahí una ambigüedad que a un moralismo sentimental le cuesta comprender.
Por lo que a la cosmología se refiere, para el indio no hay realmente creatio ex nihilo, sino más bien una especie de transformación. En un mundo celestial situado por encima del cielo visible vivían en el principio unos seres semidivinos, los personajes prototípicos y normativos que el hombre terrenal debe imitar en todo. En aquel mundo celestial no había más que paz; pero hubo un momento en que algunos de aquellos seres sembraron la discordia, y aconteció entonces el gran cambio: fueron exilados en la tierra y se convirtieron en antepasados de todas las criaturas terrenales.
Algunos, sin embargo, pudieron permanecer en el Cielo, y son los genios de toda actividad esencial como la caza, la guerra, el amor o el cultivo. Lo que denominamos "creación", por consiguiente, es sobre todo para el indio cambio de estado, o un descenso; esta perspectiva "emanacionista" en el sentido positivo y legítimo del término, se explica aquí por el predominio que en los indios tiene la idea de la Sustancia, esto es, de realidad "no discontinua".Es la imagen de la espiral o la estrella, no la de los círculos concéntricos, que son discontinuos con respecto al centro, aunque esta última perspectiva no haya que perderla nunca de vista: las dos imágenes se complementan, pero el énfasis se pone a veces en una y a veces en otra. ¿Cuál es el significado exacto y concreto de esa idea india de que todo está "animado"?
En principio, y metafísicamente, significa que, sea cual sea el objeto considerado, sale de su centro existencial un rayo ontológico hecho de "ser", "conciencia" y "vida" por el cual, a través de su raíz sutil y anímica, permanece unido a su prototipo luminoso y celestial; de ello se sigue que, en principio, podamos alcanzar las Esencias celestiales a partir de una cosa cualquiera. Las cosas son las coagulaciones de la Sustancia divina, mientras que la Sustancia -y esto es crucial- no se ve afectada en lo más mínimo por esos accidentes. La Sustancia no es las cosas, pero las cosas son Sustancia, y ello en virtud de su existencia y sus cualidades; ese es el sentido profundo del animismo polisintético de los pieles rojas, y es esa conciencia aguda de la homogeneidad del mundo fenoménico lo que explica su naturalismo espiritual, y también su negativa a separarse de la naturaleza y entrar en una civilización forjada de artificios y servidumbres, y que lleva en su seno los gérmenes de la petrificación y de la corrupción. Para el indio piel roja, como para los pueblos del extremo oriente, lo humano se encuentra en la naturaleza y no fuera de ella.

EL SENTIDO DE LO SAGRADO FRITHJOF SCHUON


EL JARDIN
Un hombre ve un jardín florido, pero él sabe: él no verá siempre esas flores y esos arbustos porque él morirá un día; y él sabe también: ese jardín no estará siempre ahí, porque el mundo desaparecerá en su momento. Y él sabe igualmente: esa relación con ese bello jardín ha sido dada por el destino, porque si el hombre se encontrase en medio del desierto, no vería el jardín, él lo ve solamente porque el destino le ha colocado a él, al hombre, aquí y no en otro lugar.
Pero en la región más interior de nuestra alma reside el Espíritu, y en él el jardín está contenido como un germen; y si nosotros amamos ese jardín -¿y como no podríamos amarlo puesto que es de una belleza paradisíaca?- haremos bien en buscarlo ahí donde siempre ha estado y donde estará siempre, a saber en el Espíritu; manténte en el Espíritu, en tu propio centro, y tendrás el jardín y por añadidura todos los jardines posibles. Y por lo mismo: en el Espíritu no hay muerte, porque aquí tú eres inmortal; y en el Espíritu la relación entre contemplante y lo contemplado no es solamente una frágil posibilidad, sino que reside por el contrario en la naturaleza misma del Espíritu y es eterna como él.
El Espíritu es consciencia y voluntad: Consciencia de si-mismo y voluntad hacia si-mismo. Manténte en el Espíritu por la consciencia, y aproxímate al Espíritu por la voluntad o el amor, y ni la muerte ni el fin del mundo no pueden quitarte el jardín ni aniquilar tu visión. Lo que tu eres ahora en el Espíritu, tu lo serás después de la muerte; y lo que tu posees ahora en el Espíritu, tu lo poseerás tras la muerte. Ante Dios, no hay ni ser ni propiedad mas que en el Espíritu; lo que era exterior debe llegar a ser interior, y lo que era interior será exterior: busca el jardín en ti mismo, en tu indestructible Substancia divina, entonces esta te dará un jardín nuevo e imperecedero.
LA PRUEBA
Hay un momento en la vida en el cual el hombre toma la decisión de aproximarse a Dios; de realizar una relación permanente con su Creador; de llegar a ser aquello que él debía ser - por la vocación innata del estado humano- a partir de la edad de la razón; en una palabra, de llegar a la inocencia primordial y de gozar de la proximidad del Soberano Bien; poco importa si nosotros llamamos a ese privilegio "Salvación" o "Unión".
Está en la naturaleza de las cosas que el hombre tenga consciencia de la felicidad que implica su elección y que al comienzo de la Vía está lleno de entusiasmo; en numerosos casos, el aspirante ignora que tendrá que atravesar dificultades que él mismo lleva en si y que el contacto con un elemento celeste despierta y muestra. Estas posibilidades síquicas inferiores -de toda evidencia incompatibles con la perfección- deben ser consumidas y disueltas; esto es a lo que se ha llamado la "prueba iniciática", la "bajada a los infiernos", la "tentación de los héroes" o la "gran guerra santa". Estos elementos síquicos pueden ser o bien hereditarios, o bien personales; además, podemos nosotros ser responsables de ellos o por el contrario estar afectados por ellos bajo la presión de un ambiente; pueden tomar la forma de un desánimo, de una duda, de una revuelta, y lo que importa mas que nunca es no escuchar la voz del ego profano abriéndose así a la influencia del demonio y enganchándose en la pendiente bien de la desesperación, bien de la subversión. Por tanto la condición sine que non de la salvación espiritual y de la ascensión es un implacable discernimiento hacia uno mismo, además de esa cualidad fundamental que es el respeto de lo Divino, y por lo tanto del sentido de lo sagrado, del sentido de las proporciones, y también -se debe comprender- del sentido de la grandeza y de la belleza.
Según un simbolismo hindú y budista, la situación del hombre terrestre es la de una tortuga nadando en el océano, en cuya superficie flota un anillo de madera; entonces la tortuga debe intentar pasar la cabeza a través de ese anillo, y es así como el hombre debe buscar y encontrar la Vía liberadora; la inmensidad del océano es la del universo, del samsara, de nuestro espacio existencial. "¡Dichoso el hombre que a vencido la prueba!"
CERTEZAS
Yo se con certeza que hay fenómenos, y que yo mismo soy uno de esos fenómenos.
Yo se con certeza que hay en el fondo de los fenómenos, o mas allá de ellos, la Esencia una, que los fenómenos no hacen mas que manifestar en función de una cualidad de esa Esencia, la de Infinitud, y por tanto de Irradiación.
Yo se con certeza que la Esencia es buena, y que toda bondad o belleza en los fenómenos manifiesta esa bondad.
Yo se con certeza que los fenómenos retornan a la Esencia, de la cual no están realmente separados puesto que, en el fondo, no existe nada más que ella; que ellos retornaran allí porque nada es absoluto ni por consecuencia eterno; que la Manifestación está necesariamente sometida a un ritmo como está sometida necesariamente a una jerarquía.
Yo se con certeza que el alma es inmortal, porque la indestructibilidad resulta necesariamente de la naturaleza misma de la inteligencia.
Yo se con certeza que en el fondo de las consciencias diversas no hay mas que un solo Sujeto: el Sí a la vez transcendente e inmanente; accesible a través del Intelecto, sede u órgano de la religión del Corazón; porque las consciencias diversas se excluyen y se contradicen mutuamente, mientras que el Sí incluye todo y no es contradicho por nadie.
Yo se con certeza que la Esencia, Dios, se afirma en los fenómenos, el mundo, como Potencia de Atracción y Voluntad de Equilibrio; que nosotros estamos hechos para seguir, verticalmente, esa Atracción, algo que no podemos hacer sin adecuarnos, horizontalmente, al Equilibrio, del cuál dan cuenta las Leyes sagradas y naturales.
DE LA SANTIDAD
La Santidad, es el sueño del ego y la vigilia del alma inmortal. La superficie móvil de nuestro ser debe dormir y en consecuencia retirarse de las imágenes y de los instintos, mientras que el fondo de nuestro ser debe velar en la consciencia de lo Divino e iluminar así, como una llama inmóvil, el silencio del santo sueño.
Este sueño implica esencialmente el reposo en la Voluntad Divina, y este reposo equivale al retorno a la raíz de nuestra existencia, de nuestro ser querido por Dios. El reposo en el Ser es la conformidad mas profunda con la voluntad celeste; ahora bien este Ser es a la vez Consciencia y Bondad, y no es mas que en la consciencia de lo Absoluto y en la bondad -o la belleza- del alma que nosotros podemos esperar el Ser, Deo volente.
El sueño habitual del hombre vive del pasado y del futuro, el corazón está como encadenado por el futuro, en lugar de reposar en el "Ahora" del Ser; en este Eterno Presente que es Paz, Consciencia de Si e Irradiación de Vida.
GRATITUD
Hay arquetipos, que son eternos puesto que están contenidos en el Intelecto Divino, y existen también sus reflejos terrestres, que son temporales y efímeros puesto que están proyectados en esa substancia móvil que es la relatividad o la contingencia. La sabiduría es, no solamente desligarse de los reflejos, sino igualmente saber y sentir que los arquetipos se encuentran en nosotros mismos y son accesibles en el fondo de nuestros corazones; nosotros poseemos lo que amamos, en la medida en la que eso que amamos es digno de ser amado.
En lugar de tener siempre los ojos fijados en las imperfecciones del mundo y las vicisitudes de la vida, el hombre nunca debería perder de vista la bondad de haber nacido en el estado humano, el cual es la vía de acceso hacia el Cielo. Se alaba a Dios, no solamente por que El es el Soberano Bien, sino también porque El nos ha hecho nacer en la puerta del Paraíso; es decir que el hombre está hecho para todo lo que lleva ahí: para la Verdad, para la Vía y para la Virtud.
EL SENTIDO DE LO SAGRADO
El sentido de lo sagrado, o el amor de las cosas santas -tanto si se trata de símbolos como de modos de Presencia divina- es una condición sine qua non del Conocimiento, la cual compromete no solamente a la inteligencia, sino a todas las potencias del alma; porque el Todo divino exige el todo humano.
El sentido de lo sagrado -que no es otro que la predisposición casi natural al amor de Dios y la sensibilidad para las manifestaciones teofánicas o para los perfumes celestes- este sentido de lo sagrado implica esencialmente el sentido de la belleza y la tendencia a la virtud; la belleza siendo por decirlo así la virtud exterior, y la virtud, la belleza interior. Este sentido implica igualmente el sentido de la transparencia metafísica de los fenómenos, es decir la capacidad de captar el principio en lo manifestado, lo increado en lo creado; o de percibir el rayo vertical, mensajero del Arquetipo, independientemente del plano de refracción horizontal, el cual determina el grado existencial pero no el contenido divino.
EL PRECIO DEL YO
Quien dice individuo, dice destino. Si yo soy yo, debo necesariamente vivir en tal época, en tal momento, en tal mundo, en tal lugar; debo vivir tal experiencia y tal felicidad; no tengo plenamente acceso a la Felicidad como tal.
El individuo está por definición, suspendido entre tal forma de felicidad y la Felicidad en si; él puede sentir lo que hay de arbitrario en la particularidad terrestre, pero no puede escapar a esta particularidad, así como no puede escapar a su individualidad. Hay aquí una especie de "ilogismo" que puede turbarle, pero debe resignarse a ello, y mas aún; debe atenuarlo, o incluso sobrepasarlo acercándose al Arquetipo, al En-Si celeste y divino; no de tal bien, sino del Bien como tal.
Se podría objetar aquí que en el Cielo la individualidad subsiste, y que por consecuencia no se escapa a la antinomia de la que tratamos aquí; lo cual es a la vez verdadero y falso. Es verdadero en el sentido en que la felicidad paradisiaca vivida por tal individuo es a la fuerza tal felicidad; pero eso es falso en el sentido de que toda felicidad paradisiaca es transparente en dirección a Dios, es decir que esa felicidad está tan penetrada de la Felicidad como tal, que no subsiste ya más en ella ninguna ambigüedad. Por una parte, "hay muchas moradas en la Casa de mi padre"; por otra parte, la Beatitud es una porque la Salvación es una, y porque Dios es uno.
(Frithjof Schuon. LA TRANSFIGURATION DE L’HOMME. Ed. L´Âge d’Homme)