domingo, 16 de marzo de 2008


La experiencia del Absoluto

Ana María Schlüter Rodés

En origen soy cristiana de diáspora. Aunque nací en Barcelona, debido a las guerras –la civil de aquí y la mundial de Alemania– pasé mi niñez primero en Berlín y luego en un pueblecito de la Baja Saconia, a donde llegamos al tener que ser evacuados por los bombardeos en la capital.

Hay recuerdos imborrables como la de una pequeña flor amarilla en el césped cubierto de rocío matinal, en el jardín de los abuelos. O el olor de tierra, al recolectar hayucos entre las hojas de otoño caídas en el suelo de un tupido hayedo húmedo, para canjearlos por aceite vegetal. Misterio de bondad y sencillez, el que se percibía en una flor, un bosque... Luego también el recuerdo de una montaña totalmente envuelta en nubes y el paso ahí en lo alto desde la niebla a un espacio sagrado misterioso, el Montserrat. Una Biblia abreviada, que estaba entre los pocos libros que cabían en la repisa de una ventana, afianzó la conciencia de que nunca el ser humano está abandonado, siempre lo sostiene, en medio de todo, y lo acompaña Alguien que le quiere bien.

Los estudios y el desarrollo racional llevaron a un momento de crisis de esta «fe oscura», basada en experiencias que la razón no puede explicar. Hasta que comprendí, gracias a Blaise Pascal (Pensées), que la función más noble de la razón es reconocer sus propios límites.

Entonces pudo darse un caer en la cuenta muy vivo y a la vez muy simple, sin forma alguna, de Cristo-Amor. Hubiera querido salir a la calle para decir a todo el mundo: ¡si supiéramos cuánto se nos ama!

Este momento, que fue crucial en mi vida, fue suscitando dos cuestiones:

1º- ¿cómo cultivar esta experiencia, hacerla madurar?

2º- ¿cómo ayudar a que otros despierten a esta realidad?

Esto me llevó a la «Sociedad de Mujeres de Betania», congregación que está en la tradición de las beguinas medievales. Escribí una tesis doctoral sobre el tema «¿Por qué unos ven y otros miran y no ven?» Pero no di más de lleno con lo que buscaba hasta encontrarme con el Zen, a través de algunas compañeras «mujeres de Betania».

El primer contacto, que duraría muchos años, fue con el jesuita Enomiya-Lassalle, pionero en el diálogo interreligioso, del que acaba de publicarse una biografía en Desclée de Brouwer (Ursula Baatz, H. M. Enomiya-Lassalle. Una vida entre mundos. DDB, Bilbao 2001). Él abrió el acceso a la práctica del Zen a los cristianos y fue el primer maestro Zen cristiano reconocido por el maestro Zen japonés Yamada Koun Roshi. Había colaborado en el Concilio Vaticano II en la elaboración de un texto, recogido en el documento conciliar Ad Gentes artº 18, que dice: «Consideren con atención el modo de asumir en la vida religiosa cristiana las tradiciones ascéticas y contemplativas, cuya semilla había Dios esparcido con frecuencia en las antiguas culturas antes de la proclamación del Evangelio».

El Zen me ha enseñado en primer lugar cómo cultivar una experiencia religiosa profunda por medio del zazen, yendo más allá del pensar. A la vez fue resaltando progresivamente la dimensión mística de la Biblia, especialmente de la Buena Nueva de Jesús, el Cristo o Ungido por el Espíritu de Amor. Descubrí a San Juan de la Cruz y a otros místicos. Incluso los cuentos populares, recogidos por los hermanos Grimm y que me habían acompañado desde pequeña, de alguna manera reflejaban el proceso hacia el despertar a esa dimensión profunda de uno mismo y de todo lo existente.

Al dedicarme intensivamente a la práctica del Zen, esto también me llevó a ser reconocida como maestra Zen y poder ayudar a otros en este camino del despertar o de la iluminación. Actualmente estoy dedicada por entero a esta tarea de «arar el suelo del alma», para que sea sensible y permeable a la dimensión profunda de la realidad.

Creo vivamente en la luz del alma de todo ser humano. Lo expresaron de forma clara dos grandes hombres, muy distantes en el tiempo, en la geografía y en el marco religioso-cultural, Siddharta Gotama el Buda y San Juan de la Cruz. El primero exclamó en el momento de su despertar, de convertirse en buda o despierto: «Todos los seres son seres iluminados, pero por su forma engañosa de pensar y el apego a sí mismo no se dan cuenta». San Juan de la Cruz escribe en la Subida del Monte Carmelo: «Esta luz nunca falta en el alma, y es debido sólo a sus formas y velos que no se le infunde».

*****

Pero la práctica del Zen aún me aportó algo más, algo que al principio no me podía imaginar. Descubrí que estaba aprendiendo un nuevo lenguaje, que ofrecía nuevas posibilidades para tomar conciencia de ciertas dimensiones de la experiencia y de expresarlas. Un nuevo marco filosófico y religioso ofrece un nuevo «lenguaje».

Aunque la realidad última, inefable, no puede ser sino una y la misma siempre, el marco religioso en el cual se vive y una se expresa, influye en la posibilidad de experimentar y en la interpretación de la experiencia. Un nuevo lenguaje no sólo brinda nuevas posibilidades para expresar lo experimentado, sino que crea además nuevas posibilidades de percepción, a la vez que un nuevo instrumento para salvar del olvido aquello de lo que se ha caído en la cuenta. Un cristiano que practica Zen, en mi experiencia, no sólo aprende y practica un nuevo modo de abismarse en el misterio, que lo lleva a superar la limitación de su pensar objetivo, sino que aprende además un nuevo lenguaje que le hace percatarse y expresarse de una manera nueva y que le abre horizontes nuevos.

En 1925 el gran fenomenólogo de las religiones Rudolf Otto escribía: «Ninguna mística surge en una tierra de nadie, sino que todas se enraízan en una base que niegan con insistencia, aunque a la vez reciben de ella su ser característico, nunca idéntico con el de otras místicas surgidas en otros lugares» (Zen, der lebendige Buddhismus in Japan, Gotha 1925, VIII).

El lenguaje zen budista es diferente del lenguaje cristiano. Precisamente por esto pueden enriquecerse mutuamente.

Para decirlo de una manera muy escueta: Zen es despertar al vacío (sutras Prajnaparamita, a esta realidad que no cae en sentido, que es como agua clara en la que no se distingue nada, hasta el punto de que puede entrar la duda de si hay o no agua en el vaso. Ninguno de nuestros seis sentidos (incluido el entendimiento) es capaz de percibir o comprender nada ahí. Esto es la base de la experiencia de interconexión de todo cuanto existe (sutras Avatamsaka) y de la convicción de que es imposible expresarlo con palabras, que por lo tanto la respuesta más idónea es el silencio (sutra de Vimalakirti). Zen enseña un camino para abismarse y despertar a esta realidad (sutra Lankavatara). En el camino del Zen van juntos satori y karuna, iluminación o despertar y compasión, pero el centro de todo, del que nace también la compasión, es el vacío, la plenitud vacía que no cae en sentido. Esa es la experiencia humana fundamental del misterio en esta tradición. La encarna el Buda, el Despierto.

La vida y enseñanza cristiana están centradas en otra experiencia humana fundamental: el amor, la relación personal, con el misterio y con los demás, y la encarna Jesús el Cristo, el Ungido por el Espíritu de Amor. Es imagen visible de Dios invisible. «Quien me ve a mí ve al Padre», «a quien nunca nadie ha visto», dice de sí. Cuando Dios se manifiesta, se manifiesta como Amor. «En Jesucristo ha aparecido la bondad y el amor a los humanos», escribe el apóstol Pablo a Tito (3,5).

Aunque toda tradición religiosa enfatiza una determinada experiencia humana fundamental, no excluye en principio a las demás.

El encuentro entre fe cristiana y Zen ha de llevar a iluminación que irradia amor y amor que ilumina (cf. 1 Cor 13, 1-8).

Este artículo es la reproducción de una mesa redonda bajo el titulo «La Experiencia Religiosa», participación por parte de una cristiana que practica Zen, pronunciada en la Universidad de Alcalá, Escuela Cardenal Cisneros, 15 de marzo 2001.


El Tao

Tao Te Ching - Lao Tzu

Todo ser del universo
es una expresión del Tao.
Todo ser surge a la existencia
inconsciente, perfecto, libre;
toma un cuerpo físico
y deja que las circunstancias lo completen.
Es por ello que todo ser
honra espontáneamente al Tao.

El Tao da nacimiento a todos los seres,
los nutre, los mantiene,
vela por ellos, los conforta, los protege,
los trae de regreso a sí,
creando sin cesar,
guiando sin interferir.
Es por ello que el amor del Tao
está en la naturaleza misma de las cosas.



psicoterapia sufí
La música y la danza
Dr. Javad Nurbakhsh

Los grandes maestros sufíes recurrían en ocasiones al samā’ o audición musical y a la danza, y los consideraban un medio de curación de las enfermedades psíquicas; es decir, el samā’ sería lo que hoy llamaríamos músicoterapia o danzoterapia. “Y hay muchos locos a quienes curan a través del samā’ y los vuelven a su estado de cordura” afirma la obra clásica sufí Sharh-e ta’rif:

Uno de los beneficios del samā’ y de la danza es que el enfermo psíquico a través de su práctica se vacía o se libra de sus estados de inquietud o agitación y así se reduce la presión de dichas emociones inconscientes, lo que le ayuda a recuperar su calma perdida y a aliviar los síntomas de emociones inconscientes, tales como las depresiones reactivas y el desánimo. En el samā’ y la danza, la psique toma al cuerpo como un instrumento para manifestar, mediante ciertos movimientos, sus carencias; movimientos cuyos orígenes están en los niveles inconscientes, o semiconscientes, de la persona, que, de esta forma, se libra de las tensiones inconscientes que sufre.

Las palabras del maestro persa Abu Sa`id Aboljeir sobre el samā’ son una referencia a este hecho de vaciar las inquietudes:
Preguntaron a Abu Sa’id: “¿Porqué permites a los jóvenes participar en el samā’ ?” Y el maestro contestó: “El nafs (el yo) de los jóvenes no está vacío de la pasión, y están dominados por ella. Tal pasión domina todos y cada uno de sus miembros. Cuando en el samā` dan palmas la pasión que domina a sus manos se aleja de ellos y cuando patalean la pasión que domina a sus pies también disminuye. Así, cuando la pasión de sus miembros se reduce, serán capaces de salvaguardarse de la tentación y de la pasión de los actos censurables. De lo contrario, si estas pasiones no son desahogadas y se acumulan, inclinarán a la persona hacia pecados mayores. Es mejor que la llama de la pasión se vaya extinguiendo a través del samā’ y no mediante otros actos”.

(Asrār al-Tawhid)

En este mismo sentido, Ŷoneid dice: “Si ves que a un discípulo le gusta el samā’, has de saber que todavía existen huellas de vanidad en él”. En otras palabras, si alguien busca el samā’, es signo de que sus problemas psíquicos no han sido resueltos por completo y necesita ser curado.

Una vez preguntaron al gran maestro sufí Abu Soleymān Dārāni acerca de la danza, y él contestó: “Cualquier corazón que se mueva por un bello canto todavía es débil y necesita ser sanado para volverse fuerte, de la misma forma que el niño pequeño cuando le hablan o le cantan para hacerlo dormir. Nada, salvo Dios, debe existir en el corazón, ya que, de lo contrario, si hay algo en él, lo inquietará.” (Risalah Qosheyri)

De ahí que los sufíes no solamente utilizasen el samā’, la danza y los cantos como una forma de manifestar la felicidad, el gozo interior y enfocar la atención en Dios, sino que también representaba para los maestros sufíes, conocedores del alma humana, un medio eficaz para sanar la psique de sus discípulos y generar en ellos salud interior.

Es necesario recordar que lo dicho anteriormente se refiere a los principiantes de la Senda; sin embargo, los maestros y los más avanzados en la Senda experimentan en el samā’ estados místicos y alcanzan la contemplación divina. Sus movimientos serán símbolos y enigmas de sus misterios. En cada movimiento, melodía o canto oirán la llamada del Amado eterno y, según la morada espiritual que posean, reaccionaran con movimientos llenos de alusiones y enigmas que la gente común no es capaz de percibir.

martes, 4 de marzo de 2008

El chamanismo de los indios pieles rojas. FRITHJOF SCHUON


Frithjof Schuon, fue adoptado en 1959 por la tribu de los Sioux y recibió su nombre del célebre hombre-medicina Alce Negro.
La palabra "Chamanismo" se emplea aquí para indicar las tradiciones de origen prehistórico propias de los pueblos mongoloides, incluidos los indios norteamericanos. En Asia, el chamanismo propiamente dicho no sólo lo encontramos en Siberia, sino también en el Tibet -en la forma del Bön Po-, en Mongolia, Manchuria y Corea; la tradición china prebúdica, con la rama confuciana y la taoísta, está igualmente entroncada con esta familia tradicional, y lo mismo ocurre en el Japón, donde el chamanismo originó esa tradición particular que es el Shinto.
Todas estas doctrinas se caracterizan por la oposición complementaria de Tierra y Cielo y por el culto a la naturaleza, considerada ésta en el aspecto de su causalidad esencial y no de su accidentalidad existencial; se caracterizan asimismo por cierta parsimonia en la escatología -muy manifestada incluso en el Confucianismo- y sobre todo por la función central del chamán, desempeñada en la China por los taotsé y en el Tibet por los lamas adivinos y exorcistas.
Si mencionamos aquí la China y el Japón no es para englobar simplemente sus tradiciones autóctonas en el chamanismo siberaniano, sino para situarlas respecto de la tradición primitiva de la raza amarilla, tradición de la que el chamanismo es la prolongación más directa y también, hay que reconocerlo, la más desigual y ambigua.
Esta última observación sugiere la necesidad de preguntarse cuál es el valor espiritual del chamanismo siberiano y del americano; la impresión general es que en ellos se encuentran los niveles más diversos, pero lo cierto es que entre los pieles rojas - pues de ellos hablaremos aquí- se ha mantenido algo primigenio y puro, pese a todos los oscurecimientos que se le hayan podido superponer en determinadas tribus y acaso sobre todo en un pasado relativamente reciente.
Los documentos que dan testimonio de la calidad espiritual de los indios pieles rojas son numerosos. Un blanco capturado en su primera infancia por los indios, y que -a comienzos del siglo XIX- vivió hasta los veinte años entre tribus (Kíckapu, Kansas, Ómaha y Ósage) que jamás había tenido el más mínimo contacto con ningún misionero, decía: "Es cierto que admiten -al menos los que yo conocía- un Ser Supremo o el Dador de Vida, que ha creado todas las cosas y las rige.
Creen en general que, tras haber formado los terrenos de caza y haberlos llenado de animales, creó al primer hombre y a la primera mujer pieles rojas, que eran de gran estatura y tenían una vida muy larga; que con ellos celebraba consejos y fumaba dándoles leyes que debían observar, y que les enseñó cómo conseguir la caza y cómo cultivar el maíz; pero que a causa de su desobediencia s alejó de ellos y los abandonó a las vejaciones del Espíritu Maligno, que desde entonces ha sido causa de todas sus desdichas.
Creen que el Gran Espíritu es de carácter demasiado sublime para ser autor directo del mal y que, pese a las ofensas de sus hijos pieles rojas, les sigue enviando todas las bendiciones que disfrutan; en respuesta a esta solicitud para con ellos, los indios son realmente filiales y sinceros en sus devociones y le imploran las cosas que necesitan y le dan las gracias por lo que han recibido...
En todas las tribus que visité encontré la creencia en un estado futuro de existencia, con sus futuros premios y castigos... Esa convicción de tener que rendir cuentas al Gran Espíritu hace que los indios sean generalmente escrupulosos y fervientes en sus creencias y observancias tradicionales, y es digno de observarse que, con respecto a las cosas sagradas, no se encuentra en ellos ni frialdad, ni indiferencia ni hipocresía...".
Otro testimonio, de fuente cristiana esta vez, es el que sigue: "La creencia en un Ser Supremo está firmemente arraigada en la cultura de los Chíppewa. Este Ser, denominado Quiché Mánito o Gran Espíritu, estaba muy lejos de ellos. Raramente se le dirigían oraciones directas a él sólo, y no se le ofrecían sacrificios más que en la fiesta de los iniciados Midewiwin. Mis informadores hablaban de él en tono de sumisión y de extrema reverencia. "El ha puesto todas las cosas en la tierra y cuida de todo", añadió un anciano, el hombre medicina más poderoso de la reserva del lago Short Ear. Una vieja de la misma reserva afirmaba que los antiguos indios, al rezar se dirigían primero a Quiché Mánito y luego "a los demás grandes espíritus, los Quitchí Mánito, que habitan en los vientos, la nieve, el trueno, la tormenta, los árboles y todas las cosas".
Un viejo chamán de la tribu Bermejo (Vermilion) estaba seguro de que "todos los indios del país conocían a Dios mucho antes de llegar los blancos; pero no les pedían cosas particulares como hacen desde que son cristianos. Los favores los esperaban de sus protectores particulares". Menos poderosas que Quiché Mánito eran las divinidades que habitaban la naturaleza y los espíritus guardianes... Que los Chíppewa creían en la vida después de la muerte lo hacen evidente sus costumbres de sepultura y duelo, pero hay además entre ellos una tradición según la cual, después de la muerte, los espíritus van hacia el oeste, "hacia el lugar donde se oculta el sol" o "hacia las praderas donde se hallan los campamentos de la bendición y la felicidad eternas".
Puesto que el punto de vista del autor no es compatible con el evolucionismo -por no decir otra cosa-, no encontrará aquí el lector ni asomo de creencia en un origen de las religiones tosco y pluralista, ni tampoco razón alguna para poner en duda el aspecto "monoteísta" de la tradición de los indios, y menos aún si tenemos en cuenta que el "politeísmo" puro y simple nunca es otra cosa que una degeneración, luego un fenómeno relativamente tardío, y en todo caso mucho menos extendido de lo que suele creerse.
El monoteísmo primigenio nada tiene de específicamente semítico y más bien es un "panmonoteísmo"; si no, no hubiera podido derivar de él el politeísmo. Tal monoteísmo subsiste, o ha dejado huellas, entre pueblos de índole muy diversa, entre ellos los pigmeos del África. En las Américas, los fueguinos, por ejemplo, conocen un sólo Dios, que habita más allá de las estrellas, que no tiene cuerpo ni duerme; las estrellas son sus ojos; siempre ha existido y nunca perecerá; ha creado el mundo a los hombres les ha dado reglas de acción.
Entre los indios de América del Norte -tanto los de las llanuras como los de los bosques- se afirma de manera sin duda menos exclusiva la Unidad Divina, y en algunos casos incluso parece estar velada, pero nada hay en ellos de estrictamente equiparable al politeísmo antropomórfico de los antiguos europeos Cierto es que hay varios "Grandes Poderes" (Wakan Tanka), pero tales poderes, o están subordinados a un Poder Supremo que se parece mucho más a Brahma que a Júpiter, o bien se los considera una totalidad o una Sustancia sobrenatural de la que nosotros mismos somos partes, según nos explicó un sioux.
Para comprender este último punto, que sería panteísmo si sólo a eso se redujese todo el concepto, conviene saber que las ideas sobre el Gran Espíritu se vinculan, o a la realidad "discontinua" de la Esencia, lo que implica trascendentalismo, o bien a la realidad "continua" de la Sustancia, lo que implica panenteísmo; en la conciencia de los pieles rojas, no obstante, la relación de Sustancia tiene más importancia que la relación de la Esencia. Se habla a veces de un Poder mágico que anima todas las cosas, incluidos los hombres, denominado Mánito (algonquino), u Orenda (iroqués), y que se coagula -o se personifica, según los casos- en las cosas y los seres, incluidos los del mundo invisible y anímico, y que se cristaliza asimismo en relación con determinado sujeto humano en cuanto totem o "ángel custodio" (el órayon de los iroqueses).
Todo ello es exacto, aunque con la reserva de que la calificación de "mágico", que se usa a veces en este contexto, es del todo insuficiente, e incluso errónea en el sentido de que define una causa mediante un efecto parcial. Sea lo que fuere, lo que es importante recordar es que, aunque el teísmo piel roja no es un pluralismo de tipo mediterráneo y "pagano", tampoco coincide exactamente con el monoteísmo abrahámico, sino que representa más bien una teosofía un tanto "fluida" -en ausencia de Escritura sagrada- y emparentada con las concepciones védicas y extremo-orientales.
También es importante advertir la insistencia de la perspectiva india en los aspectos "vida" y "poder", insistencia bien característica de una mentalidad guerrera y más o menos nómada. Algunas tribus -sobre todo algoquinos e iroqueses- distinguen entre el demiurgo y el Espíritu Supremo; tal demiurgo suele tener un papel que linda con lo burlesco, o incluso con lo luciferino.
Tal concepto de Poder creador, y del dispensador primigenio de las artes, dista mucho de ser exclusivo de los pieles rojas, como lo prueban, por poner sólo un ejemplo, las mitologías del mundo antiguo, en las que las fechorías de los titanes corren parejas con las de los dioses.En lenguaje bíblico, diremos que no hay paraíso terrenal sin serpiente, y que sin ésta no hay caída ni drama humano, ni reconciliación alguna con el Cielo.
Como la creación, a pesar de todo, es algo que se aleja de Dios, necesariamente tiene que haber en ella una tendencia deífuga, de modo que la creación se la puede considerar en dos aspectos, divino uno y demiúrgico o luciferino el otro. Los pieles rojas mezclan los dos aspectos, y no son los únicos que lo hacen: recordemos tan sólo, en la mitología japonesa, al dios Susano-o, genio turbulento del mar y la tormenta. En resumen, el demiurgo (llamado Nanabozho, Mishabozho o Napi por los algoquinos, y Tharonhiawagon por los iroqueses) no es otro que Mâyâ, principio proteico que engloba a un tiempo a la potencia creadora y el mundo, y que es la natura naturans así como la natura naturata: Mâyâ está más allá del bien y del mal, expresa tanto la plenitud como la privación, lo divino y lo demasiado humano, incluso lo titanesco y lo demoníaco, y de ahí una ambigüedad que a un moralismo sentimental le cuesta comprender.
Por lo que a la cosmología se refiere, para el indio no hay realmente creatio ex nihilo, sino más bien una especie de transformación. En un mundo celestial situado por encima del cielo visible vivían en el principio unos seres semidivinos, los personajes prototípicos y normativos que el hombre terrenal debe imitar en todo. En aquel mundo celestial no había más que paz; pero hubo un momento en que algunos de aquellos seres sembraron la discordia, y aconteció entonces el gran cambio: fueron exilados en la tierra y se convirtieron en antepasados de todas las criaturas terrenales.
Algunos, sin embargo, pudieron permanecer en el Cielo, y son los genios de toda actividad esencial como la caza, la guerra, el amor o el cultivo. Lo que denominamos "creación", por consiguiente, es sobre todo para el indio cambio de estado, o un descenso; esta perspectiva "emanacionista" en el sentido positivo y legítimo del término, se explica aquí por el predominio que en los indios tiene la idea de la Sustancia, esto es, de realidad "no discontinua".Es la imagen de la espiral o la estrella, no la de los círculos concéntricos, que son discontinuos con respecto al centro, aunque esta última perspectiva no haya que perderla nunca de vista: las dos imágenes se complementan, pero el énfasis se pone a veces en una y a veces en otra. ¿Cuál es el significado exacto y concreto de esa idea india de que todo está "animado"?
En principio, y metafísicamente, significa que, sea cual sea el objeto considerado, sale de su centro existencial un rayo ontológico hecho de "ser", "conciencia" y "vida" por el cual, a través de su raíz sutil y anímica, permanece unido a su prototipo luminoso y celestial; de ello se sigue que, en principio, podamos alcanzar las Esencias celestiales a partir de una cosa cualquiera. Las cosas son las coagulaciones de la Sustancia divina, mientras que la Sustancia -y esto es crucial- no se ve afectada en lo más mínimo por esos accidentes. La Sustancia no es las cosas, pero las cosas son Sustancia, y ello en virtud de su existencia y sus cualidades; ese es el sentido profundo del animismo polisintético de los pieles rojas, y es esa conciencia aguda de la homogeneidad del mundo fenoménico lo que explica su naturalismo espiritual, y también su negativa a separarse de la naturaleza y entrar en una civilización forjada de artificios y servidumbres, y que lleva en su seno los gérmenes de la petrificación y de la corrupción. Para el indio piel roja, como para los pueblos del extremo oriente, lo humano se encuentra en la naturaleza y no fuera de ella.

EL SENTIDO DE LO SAGRADO FRITHJOF SCHUON


EL JARDIN
Un hombre ve un jardín florido, pero él sabe: él no verá siempre esas flores y esos arbustos porque él morirá un día; y él sabe también: ese jardín no estará siempre ahí, porque el mundo desaparecerá en su momento. Y él sabe igualmente: esa relación con ese bello jardín ha sido dada por el destino, porque si el hombre se encontrase en medio del desierto, no vería el jardín, él lo ve solamente porque el destino le ha colocado a él, al hombre, aquí y no en otro lugar.
Pero en la región más interior de nuestra alma reside el Espíritu, y en él el jardín está contenido como un germen; y si nosotros amamos ese jardín -¿y como no podríamos amarlo puesto que es de una belleza paradisíaca?- haremos bien en buscarlo ahí donde siempre ha estado y donde estará siempre, a saber en el Espíritu; manténte en el Espíritu, en tu propio centro, y tendrás el jardín y por añadidura todos los jardines posibles. Y por lo mismo: en el Espíritu no hay muerte, porque aquí tú eres inmortal; y en el Espíritu la relación entre contemplante y lo contemplado no es solamente una frágil posibilidad, sino que reside por el contrario en la naturaleza misma del Espíritu y es eterna como él.
El Espíritu es consciencia y voluntad: Consciencia de si-mismo y voluntad hacia si-mismo. Manténte en el Espíritu por la consciencia, y aproxímate al Espíritu por la voluntad o el amor, y ni la muerte ni el fin del mundo no pueden quitarte el jardín ni aniquilar tu visión. Lo que tu eres ahora en el Espíritu, tu lo serás después de la muerte; y lo que tu posees ahora en el Espíritu, tu lo poseerás tras la muerte. Ante Dios, no hay ni ser ni propiedad mas que en el Espíritu; lo que era exterior debe llegar a ser interior, y lo que era interior será exterior: busca el jardín en ti mismo, en tu indestructible Substancia divina, entonces esta te dará un jardín nuevo e imperecedero.
LA PRUEBA
Hay un momento en la vida en el cual el hombre toma la decisión de aproximarse a Dios; de realizar una relación permanente con su Creador; de llegar a ser aquello que él debía ser - por la vocación innata del estado humano- a partir de la edad de la razón; en una palabra, de llegar a la inocencia primordial y de gozar de la proximidad del Soberano Bien; poco importa si nosotros llamamos a ese privilegio "Salvación" o "Unión".
Está en la naturaleza de las cosas que el hombre tenga consciencia de la felicidad que implica su elección y que al comienzo de la Vía está lleno de entusiasmo; en numerosos casos, el aspirante ignora que tendrá que atravesar dificultades que él mismo lleva en si y que el contacto con un elemento celeste despierta y muestra. Estas posibilidades síquicas inferiores -de toda evidencia incompatibles con la perfección- deben ser consumidas y disueltas; esto es a lo que se ha llamado la "prueba iniciática", la "bajada a los infiernos", la "tentación de los héroes" o la "gran guerra santa". Estos elementos síquicos pueden ser o bien hereditarios, o bien personales; además, podemos nosotros ser responsables de ellos o por el contrario estar afectados por ellos bajo la presión de un ambiente; pueden tomar la forma de un desánimo, de una duda, de una revuelta, y lo que importa mas que nunca es no escuchar la voz del ego profano abriéndose así a la influencia del demonio y enganchándose en la pendiente bien de la desesperación, bien de la subversión. Por tanto la condición sine que non de la salvación espiritual y de la ascensión es un implacable discernimiento hacia uno mismo, además de esa cualidad fundamental que es el respeto de lo Divino, y por lo tanto del sentido de lo sagrado, del sentido de las proporciones, y también -se debe comprender- del sentido de la grandeza y de la belleza.
Según un simbolismo hindú y budista, la situación del hombre terrestre es la de una tortuga nadando en el océano, en cuya superficie flota un anillo de madera; entonces la tortuga debe intentar pasar la cabeza a través de ese anillo, y es así como el hombre debe buscar y encontrar la Vía liberadora; la inmensidad del océano es la del universo, del samsara, de nuestro espacio existencial. "¡Dichoso el hombre que a vencido la prueba!"
CERTEZAS
Yo se con certeza que hay fenómenos, y que yo mismo soy uno de esos fenómenos.
Yo se con certeza que hay en el fondo de los fenómenos, o mas allá de ellos, la Esencia una, que los fenómenos no hacen mas que manifestar en función de una cualidad de esa Esencia, la de Infinitud, y por tanto de Irradiación.
Yo se con certeza que la Esencia es buena, y que toda bondad o belleza en los fenómenos manifiesta esa bondad.
Yo se con certeza que los fenómenos retornan a la Esencia, de la cual no están realmente separados puesto que, en el fondo, no existe nada más que ella; que ellos retornaran allí porque nada es absoluto ni por consecuencia eterno; que la Manifestación está necesariamente sometida a un ritmo como está sometida necesariamente a una jerarquía.
Yo se con certeza que el alma es inmortal, porque la indestructibilidad resulta necesariamente de la naturaleza misma de la inteligencia.
Yo se con certeza que en el fondo de las consciencias diversas no hay mas que un solo Sujeto: el Sí a la vez transcendente e inmanente; accesible a través del Intelecto, sede u órgano de la religión del Corazón; porque las consciencias diversas se excluyen y se contradicen mutuamente, mientras que el Sí incluye todo y no es contradicho por nadie.
Yo se con certeza que la Esencia, Dios, se afirma en los fenómenos, el mundo, como Potencia de Atracción y Voluntad de Equilibrio; que nosotros estamos hechos para seguir, verticalmente, esa Atracción, algo que no podemos hacer sin adecuarnos, horizontalmente, al Equilibrio, del cuál dan cuenta las Leyes sagradas y naturales.
DE LA SANTIDAD
La Santidad, es el sueño del ego y la vigilia del alma inmortal. La superficie móvil de nuestro ser debe dormir y en consecuencia retirarse de las imágenes y de los instintos, mientras que el fondo de nuestro ser debe velar en la consciencia de lo Divino e iluminar así, como una llama inmóvil, el silencio del santo sueño.
Este sueño implica esencialmente el reposo en la Voluntad Divina, y este reposo equivale al retorno a la raíz de nuestra existencia, de nuestro ser querido por Dios. El reposo en el Ser es la conformidad mas profunda con la voluntad celeste; ahora bien este Ser es a la vez Consciencia y Bondad, y no es mas que en la consciencia de lo Absoluto y en la bondad -o la belleza- del alma que nosotros podemos esperar el Ser, Deo volente.
El sueño habitual del hombre vive del pasado y del futuro, el corazón está como encadenado por el futuro, en lugar de reposar en el "Ahora" del Ser; en este Eterno Presente que es Paz, Consciencia de Si e Irradiación de Vida.
GRATITUD
Hay arquetipos, que son eternos puesto que están contenidos en el Intelecto Divino, y existen también sus reflejos terrestres, que son temporales y efímeros puesto que están proyectados en esa substancia móvil que es la relatividad o la contingencia. La sabiduría es, no solamente desligarse de los reflejos, sino igualmente saber y sentir que los arquetipos se encuentran en nosotros mismos y son accesibles en el fondo de nuestros corazones; nosotros poseemos lo que amamos, en la medida en la que eso que amamos es digno de ser amado.
En lugar de tener siempre los ojos fijados en las imperfecciones del mundo y las vicisitudes de la vida, el hombre nunca debería perder de vista la bondad de haber nacido en el estado humano, el cual es la vía de acceso hacia el Cielo. Se alaba a Dios, no solamente por que El es el Soberano Bien, sino también porque El nos ha hecho nacer en la puerta del Paraíso; es decir que el hombre está hecho para todo lo que lleva ahí: para la Verdad, para la Vía y para la Virtud.
EL SENTIDO DE LO SAGRADO
El sentido de lo sagrado, o el amor de las cosas santas -tanto si se trata de símbolos como de modos de Presencia divina- es una condición sine qua non del Conocimiento, la cual compromete no solamente a la inteligencia, sino a todas las potencias del alma; porque el Todo divino exige el todo humano.
El sentido de lo sagrado -que no es otro que la predisposición casi natural al amor de Dios y la sensibilidad para las manifestaciones teofánicas o para los perfumes celestes- este sentido de lo sagrado implica esencialmente el sentido de la belleza y la tendencia a la virtud; la belleza siendo por decirlo así la virtud exterior, y la virtud, la belleza interior. Este sentido implica igualmente el sentido de la transparencia metafísica de los fenómenos, es decir la capacidad de captar el principio en lo manifestado, lo increado en lo creado; o de percibir el rayo vertical, mensajero del Arquetipo, independientemente del plano de refracción horizontal, el cual determina el grado existencial pero no el contenido divino.
EL PRECIO DEL YO
Quien dice individuo, dice destino. Si yo soy yo, debo necesariamente vivir en tal época, en tal momento, en tal mundo, en tal lugar; debo vivir tal experiencia y tal felicidad; no tengo plenamente acceso a la Felicidad como tal.
El individuo está por definición, suspendido entre tal forma de felicidad y la Felicidad en si; él puede sentir lo que hay de arbitrario en la particularidad terrestre, pero no puede escapar a esta particularidad, así como no puede escapar a su individualidad. Hay aquí una especie de "ilogismo" que puede turbarle, pero debe resignarse a ello, y mas aún; debe atenuarlo, o incluso sobrepasarlo acercándose al Arquetipo, al En-Si celeste y divino; no de tal bien, sino del Bien como tal.
Se podría objetar aquí que en el Cielo la individualidad subsiste, y que por consecuencia no se escapa a la antinomia de la que tratamos aquí; lo cual es a la vez verdadero y falso. Es verdadero en el sentido en que la felicidad paradisiaca vivida por tal individuo es a la fuerza tal felicidad; pero eso es falso en el sentido de que toda felicidad paradisiaca es transparente en dirección a Dios, es decir que esa felicidad está tan penetrada de la Felicidad como tal, que no subsiste ya más en ella ninguna ambigüedad. Por una parte, "hay muchas moradas en la Casa de mi padre"; por otra parte, la Beatitud es una porque la Salvación es una, y porque Dios es uno.
(Frithjof Schuon. LA TRANSFIGURATION DE L’HOMME. Ed. L´Âge d’Homme)

lunes, 3 de marzo de 2008


Carta del Jefe Seatlle

(Lago Washington, Junio de 1854)


El Gran Jefe Blanco de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras. Pero, ¿cómo es posible comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Nosotros no comprendemos esta idea. Si no somos dueños de la frescura del aire, ni del reflejo del agua, ¿cómo podréis comprarlos?

El Gran Jefe Blanco de Washington nos envía también palabras de amistad y de buena voluntad. Esto es muy amable por su parte, pues sabemos que él no necesita de nuestra amistad. Sin embargo nosotros meditaremos su oferta, pues sabemos que si no vendemos vendrán seguramente hombres blancos armados y nos quitarán nuestras tierras.

Nosotros tomaremos una decisión. El Gran Jefe Blanco de Washington podrá confiar en lo que diga el Jefe Seatlle, con tanta seguridad como en el transcurrir de las estaciones del año. Mis palabras son como las estrellas, que nunca tienen ocaso.

Cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante aguja de pino, cada grano de arena de las playas, cada gota de rocío de los sombríos bosques, cada calvero, el zumbido de cada insecto... son sagrados en memoria y experiencia de mi pueblo. La savia que asciende por los árboles lleva consigo el recuerdo de los pieles rojas.

Los muertos de los hombres blancos olvidan la tierra donde nacieron cuando parten para vagar entre las estrellas. En cambio, nuestros muertos no olvidan jamás esta tierra maravillosa, pues ella es nuestra Madre. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas, el venado, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Las cumbres rocosas, los prados húmedos, el calor del cuerpo de los potros y de los hombres, todos somos de la misma familia. Por todo ello, cuando el Gran Jefe Blanco de Washington nos comunica que piensa comprar nuestras tierras exige mucho de nosotros. Dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir agradablemente y que él será nuestro padre y nosotros nos convertiremos en sus hijos. Pero, ¿es eso posible? El Gran Espíritu ama a vuestro pueblo y ha abandonado a sus hijos rojos. El envía máquinas para ayudar al hombre blanco en su trabajo y construye para él grandes poblados. Hace más fuertes a vuestro pueblo de día en día. Pronto inundaréis el país como ríos que se despeñan por precipicios tras una tormenta inesperada. Mi pueblo es como una época en regresión pero sin retorno. Somos razas distintas. Nuestros niños no juegan juntos y nuestros ancianos cuentan historias diferentes. El Gran Espíritu os es propicio y en cambio, nosotros estamos huérfanos.

Nosotros gozamos de alegría al sentir estos bosques. El agua cristalina que discurre por los ríos y arroyos no es solamente agua, sino también la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos nuestras tierras debéis saber que son sagradas y que cada reflejo fugaz en el agua clara de las lagunas narra vivencias y sucesos de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz de mis antepasados. Los ríos son nuestros hermanos que sacian nuestra sed. Ellos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras debéis recordar esto y enseñad a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y que, por tanto, hay que tratarlos con dulzura, como se trata a un hermano.

El piel roja retrocedió siempre ante el hombre blanco invasor, como la niebla temprana se repliega en las montañas ante el sol de la mañana. Pero las cenizas de nuestros padres son sagradas, sus tumbas son suelo sagrado, y por ello estas colinas, estos árboles, esta parte del mundo es sagrada para nosotros. Sabemos que el hombre blanco no nos comprende. El no sabe distinguir una parte del país de otra, ya que es un extraño que llega en la noche y despoja a la tierra de lo que desea. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando la ha dominado sigue avanzando. Deja atrás las tumbas de sus padres sin preocuparse. Olvida tanto las tumbas de sus padres como los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el aire, como cosas para comprar y devastar, para venderlas como si fueran ovejas o cuentas de colores. Su voracidad acabará por devorar la tierra, no dejando atrás más que un desierto.

Yo no sé, pero nuestra raza es diferente de la vuestra. La sola visión de vuestras ciudades tortura los ojos del piel roja. Quizá sea porque somos unos salvajes y no comprendemos. No hay silencio en las ciudades de los blancos. No hay ningún lugar donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o el zumbido de los insectos. Quizá sea sólo porque soy un salvaje y no entiendo, pero el ruído de las ciudades únicamente ofende a nuestros oídos.

¿De qué sirve la vida si no podemos escuchar el grito solitario del ave chotacabras, ni las querellas nocturnas de las ranas al borde de la charca? Soy un piel roja y nada entiendo, pero nosotros amamos el suave rumor del viento, que acaricia la superficie del arroyo, y el olor de la brisa, purificada por la lluvia del medio día o densa por el aroma de los pinos. El aire es precioso para el piel roja, pues todos los seres comparten el mismo aliento: el animal, el árbol, el hombre..., todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco parece no notar el aire que respira. Como un moribundo que agoniza desde hace muchos días, es insensible a la pestilencia.

Pero si nosotros os vendemos nuestras tierras no debéis olvidar que el aire es precioso, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que mantiene. El aire dio a nuestros padres su primer aliento y recibió su última expiración. Y el aire también debe dar a nuestros hijos el espíritu de la vida. Y si nosotros os vendemos nuestras tierras, debéis apreciarlas como algo escepcional y sagrado, como un lugar donde también el hombre blanco sienta que el viento tiene el dulce aroma de las flores de las praderas.

Meditaremos la idea de vender nuestras tierras, y si decidimos aceptar será sólo con una condición: el hombre blanco deberá tratar a los animales del país como a sus hermanos. Yo soy un salvaje y no lo entiendo de otra forma. Yo he visto miles de bisontes pudriéndose, abandonados por el hombre blanco tras matarlos a tiros desde un tren que pasaba. Yo soy un salvaje y no puedo comprender que una máquina humeante sea más importante que los bisontes, a los que nosotros cazamos tan sólo para seguir viviendo. ¿Qué sería del hombre sin los animales? Si los animales desaparecieran el hombre también moriría de gran soledad espiritual. Porque lo que suceda a los animales, también pronto ocurrirá al hombre. Todas las cosas están relacionadas entre sí. Lo que afecte a la Madre Tierra, afectará también a todos sus los hijos.

Enseñad a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a nuestros hijos: la tierra es nuestra madre. Lo que afecte a la tierra, afectará también a los hijos de la tierra. Si los hombres blancos escupen a la tierra, se escupen a sí mismos. Porque nosotros sabemos esto: la tierra no pertenece al hombre, sino el hombre a la tierra. Todo está relacionado como la sangre que une a una familia.

El hombre blanco no creó el tejido de la vida, sino que simplemente es una fibra de él. Lo que hagáis a ese tejido, os lo hacéis a vosotros mismos. El día y la noche no pueden convivir. Nuestros muertos viven en los dulces ríos de la tierra, regresan con el paso silencioso de la primavera y su espíritu perdura en el viento que riza la superficie del lago. Meditamos la idea del hombre blanco de comprar nuestras tierras. Pero, ¿puede acaso un hombre ser dueño de su madre?. Mi pueblo pregunta: ¿qué quiere comprar el hombre blanco? ¿se puede comprar el aire o el calor de la tierra, o la agilidad del venado? ¿cómo podemos nosotros venderos esas cosas, y vosotros cómo podríais comprarlas? ¿podéis acaso hacer con la tierra lo que os plazca, simplemente porque un piel roja firme un pedazo de papel y se lo entregue a un hombre blanco?. Si nosotros no poseemos la frescura del aire, ni el reflejo del agua, ¿cómo podréis comprarlos? ¿acaso podréis volver a comprar los bisontes, cuando hayáis matado hasta el último?

Cuando todos los últimos bisontes hayan sido sacrificados, los caballos salvajes domados, los misteriosos rincones del bosque profanados por el aliento agobiante de muchos hombres blancos y se atiborren de cables parlantes la espléndida visión de las colinas...¿dónde estará el bosque? Habrá sido destruido. ¿Dónde estará el águila? Habrá desaparecido. Y esto significará el fin de la vida y el comienzo de la lucha por la supervivencia.

Pero vosotros hombres blancos caminaréis hacia el desastre brillando gloriosamente, iluminados con la fuerza del Gran Espíritu que os trajo a este país y os destinó para dominar esta tierra y tambien al hombre piel roja. El Gran Espíritu os dio poder sobre los animales, los bosques y los pieles rojas por algún motivo especial que no comprendemos. Ese motivo es tambien para nosotros un enigma. Quizás lo comprendiéramos si supiésemos con qué sueña el hombre blanco, qué esperanza trasmite a sus hijos en las largas noches del invierno y qué ilusiones bullen en su imaginación que les haga anhelar el mañana. Pero nosotros somos salvajes y los sueños del hombre blanco nos permanecen ocultos. Y por ello seguiremos distintos caminos, porque por encima de todo valoramos el derecho de cada hombre a vivir como quiera, por muy diferente que sea a sus hermanos.

No es mucho realmente lo que nos une. El día y la noche no pueden convivir y nosotros meditaremos vuestra oferta de comprar nuestro país y enviarnos a una reserva. Allí viviremos aparte y en paz. No tiene importancia dónde pasemos el resto de nuestros días. Nuestros hijos vieron a sus padres denigrados y vencidos. Nuestros guerreros han sido humillados y tras la derrota pasan sus días hastiados, envenenando sus cuerpos con comidas dulces y fuertes bebidas. Carece de importancia dónde pasemos el resto de nuestros días. Ya no serán muchos. Pocas horas más, quizás un par de inviernos, y ningún hijo de las grandes tribus que antaño vivían en este país y que ahora vagan en pequeños grupos por los bosques, sobrevivirán para lamentarse ante la tumba de un pueblo, que era tan fuerte y tan lleno de esperanzas como el nuestro.

Pero cuando el último hombre piel roja haya desaparecido de esta tierra y sus recuerdos sólo sean como la sombra de una nube sobre la pradera, todavía estará vivo el espíritu de mis antepasados en estas riberas y en estos bosques. Porque ellos amaban esta tierra como el recién nacido ama el latir del corazón de su madre.

Pero, ¿por qué he de lamentarme por el ocaso de mi pueblo? Los pueblos están formados por hombres, no por otra cosa. Y los hombres nacen y mueren como las olas del mar. Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla con él de amigo a amigo, no puede eludir ese destino común. Quizás seamos realmente hermanos. Una cosa sí sabemos, que quizás el hombre blanco descubra algún día que vuestro Dios y el nuestro son el mismo Gran Espíritu. Vosotros quizás pensáis que le poseéis, al igual que pretendéis poseer nuestro país, pero eso no podéis lograrlo. El es el Dios de todos los hombres, tanto de los pieles rojas como de los blancos. Esta tierra les es preciosa, y dañar la tierra significa despeciar a su Creador. Os digo que también los blancos desapareceréis, quizás antes que las demás razas. Continuad ensuciando vuestro lecho y una noche moriréis asfixiados por vuestros propios excrementos.

Nosotros meditaremos vuestra oferta de comprar nuestra tierra, pues sabemos que si no aceptamos vendrá seguramente el hombre blanco con armas y nos expulsará. Porque el hombre blanco, que detenta momentáneamente el poder, cree que ya es Dios, a quien pertenece el mundo. Si os cedemos nuestra tierra amadla tanto como nosotros la amábamos, preocuparos por ella tanto como nosotros nos preocupábamos, mantened su recuerdo tal como es cuando vosotros los toméis. Y con todas vuestras fuerzas, vuestro espíritu y vuestro corazón conservarla para vuestros hijos y amadla como El Gran espíritu nos ama a todos nosotros. Pues aunque somos salvajes sabemos una cosa: nuestro Dios es vuestro Dios. Esta tierra le es sagrada. Incluso el hombre blanco no puede eludir este destino común. Quizás incluso seamos hermanos. ¡Quién sabe!

Gran Jefe Seatlle.

domingo, 2 de marzo de 2008

silencio y soledad


René Guenon







Entre los indios de América del Norte, y en todas las tribus sin excepción, existe, además de los ritos de distinto género que tienen un carácter colectivo, la práctica de una adoración solitaria y silenciosa, que se considera es la más profunda y de orden más elevado (1). Los ritos colectivos, en efecto, tienen siempre, en un grado u otro, algo de relativamente exterior; decimos en un grado u otro, porque, respecto a esto, es necesario naturalmente, en ella como en cualquier otra tradición, establecer una diferencia entre los ritos que podrían calificarse de exotéricos, es decir aquellos en los que todos participan indistintamente, y los ritos iniciáticos. Bien entendido, por lo demás, que lejos de excluir estos ritos o de oponérseles de alguna manera, la adoración de que se trata solamente se les superpone como siendo en cierto modo de otro orden; e incluso hay por entero ocasión para pensar que para ser verdaderamente eficaz y producir unos resultados efectivos, debe presuponer la iniciación como una condición necesaria (2).

A propósito de esta adoración, se ha hablado en ocasiones de "plegaria" pero eso es evidentemente inexacto, porque no hay en ella ninguna petición, de cualquier naturaleza que ésta pudiera ser; las plegarias que generalmente se formulan en cantos rituales no pueden dirigirse por otra parte más que a las diversas manifestaciones divinas (3), y vamos a ver que es de otra cosa de lo que aquí se trata en realidad. Ciertamente, sería mucho más justo hablar de "encantación", tomando este término en el sentido que hemos definido en otro lugar (4); podría igualmente decirse que es una "invocación", entendiéndola en un sentido exactamente comparable al del dhikr en la tradición islámica, pero precisando que se trata esencialmente de una invocación silenciosa y completamente interior (5). He aquí lo que con respecto a ella escribe Ch. Eastman (6): "La adoración del Gran Misterio era silenciosa, solitaria, sin complicación interior; era silenciosa porque todo discurso es necesariamente débil e imperfecto, también las almas de nuestros antepasados alcanzaban a Dios en una oración sin palabras; era solitaria porque pensaban que Dios está más cerca de nosotros en la soledad, y los sacerdotes no estaban allí para servir de intermediarios entre el hombre y el Creador (7)." No puede, en efecto, haber intermediarios en semejante caso, puesto que esta adoración tiende a establecer una comunicación directa con el Principio supremo, que es designado aquí como el "Gran Misterio".

No solamente no es sino en y por el silencio que esta comunicación puede obtenerse, ya que el "Gran Misterio" está más allá de toda forma y de toda expresión, sino que el silencio mismo "es el Gran Misterio"; ¿cómo hay que entender exactamente esta afirmación? Primero, puede recordarse a este respecto que el verdadero "misterio" es esencial y exclusivamente lo inexpresable, que no puede evidentemente ser representado más que por el silencio (8); pero, además, siendo el "Gran Misterio" lo no manifestado, el mismo silencio, que es propiamente un estado de no manifestación, es por ello como una participación o una conformidad con la naturaleza del Principio supremo. Por otra parte, el silencio, referido al Principio, es, podría decirse, el Verbo no proferido; por ello "el silencio sagrado es la voz del Gran Espíritu", en tanto que éste es identificado con el Principio mismo (9); y esta voz, que corresponde a la modalidad principial del sonido que la tradición hindú designa como parâ o no manifestada (10), es la respuesta a la llamada del ser en adoración: llamada y respuesta son igualmente silenciosas, siendo ambas una aspiración y una iluminación puramente interiores.

Para que esto sea así, es necesario además que el silencio sea en realidad algo más que la simple ausencia de toda palabra o de todo discurso, aunque fuesen formulados solamente de manera enteramente mental; en efecto, ese silencio es esencialmente para los Indios "el perfecto equilibrio de las tres partes del ser", es decir, de lo que, en la terminología occidental, puede designarse como el espíritu, el alma y el cuerpo, pues el ser todo entero, en todos los elementos que lo constituyen, debe participar en la adoración para que pueda obtenerse un resultado plenamente válido. La necesidad de esta condición de equilibrio es fácil de comprender, pues el equilibrio es, en la manifestación misma, como la imagen o el reflejo de la indistinción principial de lo no manifestado, indistinción que está asimismo bien representada por el silencio, de suerte que de ningún modo hay motivo para sorprenderse de la asimilación que así se establece entre éste y el equilibrio (11).

En cuanto a la soledad, conviene ante todo destacar que su asociación con el silencio es en cierta manera normal e incluso necesaria, y que, hasta en presencia de otros seres, aquél que hace en sí el silencio perfecto forzosamente se aísla de ellos por eso mismo; por lo demás, silencio y soledad también se hallan implicados ambos igualmente en la significación del término sánscrito mauna, que es sin duda, en la tradición hindú, el que se aplica más exactamente a un estado como aquél del que hablamos en este momento (12). La multiplicidad, siendo inherente a la manifestación, y acentuándose tanto más, si puede decirse, cuanto más se desciende a grados inferiores de ésta, aleja pues necesariamente de lo no manifestado; también el ser que quiere ponerse en comunicación con el Principio debe ante todo hacer la unidad en él mismo, tanto como sea posible, mediante la armonización y el equilibrio de todos sus elementos, y debe también, al mismo tiempo, aislarse de toda multiplicidad exterior a él. La unificación así realizada, incluso si no es todavía más que relativa en la mayor parte de los casos, no deja de ser, según la medida de las posibilidades actuales del ser, cierta conformidad con la "no dualidad" del Principio; y, en el límite superior, el aislamiento toma el sentido del término sánscrito kaivalya, que, expresando al mismo tiempo las ideas de perfección y de totalidad, llega, cuando posee toda la plenitud de su significación, a designar el estado absoluto e incondicionado, aquel del ser que ha arribado a la Liberación final.

En un grado mucho menos elevado que ése, y que incluso no pertenece todavía más que a las fases preliminares de la realización, puede señalarse lo siguiente: allí donde necesariamente hay dispersión, la soledad, en tanto que se opone a la multiplicidad y que coincide con cierta unidad, es esencialmente concentración; y ya se sabe qué importancia se da efectivamente a la concentración en todas las doctrinas tradicionales sin excepción, en tanto que medio y condición indispensable de cualquier realización. Nos parece poco útil el insistir más sobre este último punto, pero hay otra consecuencia sobre la cual todavía tenemos que llamar más particularmente la atención para terminar: y es que el método del cual tratamos, en razón de que se opone a toda dispersión de las potencias del ser, excluye el desarrollo separado y más o menos desordenado de tales o cuales de sus elementos, y en particular el de los elementos psíquicos cultivados en cierto modo por ellos mismos, desarrollo que es contrario siempre a la armonía y al equilibrio del conjunto. Para los indios, según el Sr. Paul Coze, "parece que, para desarrollar el orenda(13), intermediario entre lo material y lo espiritual, sea necesario ante todo dominar la materia y tender a lo divino"; ello en suma equivale a decir que no consideran legítimo abordar el dominio psíquico más que "por lo alto", no obteniéndose resultados de este orden sino de una manera muy accesoria y como "por añadidura", lo que en efecto es el único medio de evitar sus peligros; y, añadiremos, ello está sin duda tan lejos como es posible de la vulgar "magia" que demasiado a menudo se les ha atribuido, y que es incluso todo lo que se ha creído ver entre ellos por parte de observadores profanos y superficiales, sin duda porque ellos mismos no tenían la menor noción de lo que puede ser la verdadera espiritualidad.

NOTAS:

* Publicado en "Etudes Traditionnelles", marzo de 1949. Recopilado en Mélanges, Gallimard, París, 1976. Traducido en "Symbolos", nº3, Guatemala, 1991.

(1). Las informaciones que aquí utilizamos están tomadas principalmente de la obra del Sr. Paul Conze L'Oiseau Tonnerre, de donde igualmente extraemos nuestras citas. Este autor da prueba de una notable simpatía con respecto a los indios y a su tradición; la única reserva que habría que hacerle, es que parece fuertemente influenciado por las concepciones "metapsiquistas", lo que afecta visiblemente a algunas de sus interpretaciones y en especial entraña a veces cierta confusión entre lo psíquico y lo espiritual; pero esta consideración no tiene por lo demás que intervenir en la cuestión de la que nos ocupamos aquí.

(2). Es evidente que, aquí como siempre, entendemos la iniciación exclusivamente en su verdadero sentido, y no cuando los etnólogos abusivamente emplean esta palabra cuando designan los ritos de agregación a la tribu; habría que tener mucho cuidado en distinguir claramente estas dos cosas, ya que de hecho existen ambas entre los Indios.

(3). Estas manifestaciones divinas parecen estar, en la tradición de los indios, repartidas lo más habitualmente según una división cuaternaria, conforme a un simbolismo cosmológico que se aplica a la vez a los dos puntos de vista macrocósmico y microcósmico.

(4). Ver Aperçus sur l'lnitiation, cap. XXIV.

(5). No carece de interés señalar a ese respecto que ciertas turuq islámicas, en particular la de los Naqshabendiyah, practican asimismo un dhikr silencioso.

(6). Ch. Eastman, citado por Paul Coze, es un Sioux de origen, que parece, a pesar de una educación "blanca", haber conservado bien la conciencia de su propia tradición; tenemos por otro lado razones para pensar que tal caso está en realidad lejos de ser tan excepcional como se podría creer ateniéndose ciertas apariencias totalmente exteriores.

(7). El último término, cuyo empleo sin duda se debe aquí únicamente a los hábitos del lenguaje europeo, no es ciertamente exacto si se quiere ir al fondo de las cosas, ya que, en realidad, el "Dios creador" no puede hallarse propiamente más que entre los aspectos manifestados de lo Divino.

(8). Ver Aperçus sur l'lnitiation, cap. XVII.

(9). Hacemos esta restricción porque, en algunos casos, la expresión de "Gran Espíritu", o lo que se traduce así, aparece también como siendo solamente la designación particular de una de las manifestaciones divinas.

(10). Cf. Aperçus sur l'lnitiation, cap. XLVII.

(11). Apenas hay necesidad de recordar que la indistinción principial de la que aquí se trata nada tiene en común con lo que también puede designarse con la misma palabra incluso tomada en un sentido inferior, queremos decir, la pura potencialidad indiferenciada de la materia prima.

(12). Cf. L'Homme et son devenir selon le Vêdânta, 3ª edición, cap. XXIII.

(13). Esta palabra orenda pertenece propiamente a la lengua de los Iroqueses, pero, en las obras europeas, se tiene el hábito, para mayor simplicidad, de emplearla uniformemente en lugar de todos los demás términos de igual significado que se encuentran entre los diferentes pueblos indios: lo que designa es el conjunto de todas las diferentes modalidades de la fuerza psíquica y vital; es por tanto, casi exactamente el equivalente del prâna de la tradición hindú y del k'i de la tradición extremo oriental.